¿Qué harías si repentinamente te entregan un millón de dólares sin condición alguna? ¿Pagarías tus deudas? ¿Programarías un viaje alrededor del mundo? ¿O quizás comprarías tu casa de ensueño? No sería difícil escribir una larga lista con las cosas que podríamos hacer con un millón de dólares pero ¿cuánto gastarías en otros?
Seguramente muchos de nosotros “daría el resto a la caridad” luego de haber cubierto nuestras propias necesidades y anhelos. Sin embargo, ¿quién de nosotros pondría a otros por delante, consideraría cómo beneficiar a aquéllos a nuestro alrededor y empezaría a gastar ese millón de dólares incluso antes de pensar en su propio deseo?
Muy pocos, en realidad.
La forma más efectiva para conectarnos con el Creador es un acto de compartir, es decir, de verdadero compartir. En cualquier momento en el que colocamos las necesidades de otro delante de las nuestras, estamos compartiendo de verdad. Parece bastante fácil, sin embargo, aunque los verdaderos actos desinteresados son raros ya que son muy difíciles de realizar, esto es exactamente lo que estamos destinados a hacer.
Los kabbalistas enseñan que, en lo más profundo, nuestra alma anhela compartir desinteresadamente. Acceder a este deseo significa ir deliberadamente en contra de nuestro deseo de recibir para sí mismo. Considera cómo sería la vida si el compartir fuera nuestra segunda naturaleza y si no lo hiciéramos por la recompensa (espiritual o de otro tipo) sino por el simple acto de compartir. De acuerdo con Michael Berg: “La guerra entre naciones, el odio entre individuos, la intolerancia radicada en lo más profundo del ser y hasta las animosidades más insignificantes simplemente no existirían en un mundo como tal. Colocar las necesidades de otros por delante de las nuestras eliminaría la razón por la cual existe la corrupción, la intolerancia, los celos y toda forma de miseria humana”.
Si el verdadero compartir tiene el poder para cambiar nuestra vida para mejor, ¿por qué no lo hacemos más a menudo? El ego tiene mayormente la culpa. Las bendiciones y los dones que vienen a nuestra vida (grandes o pequeños) están destinados a ser compartidos. Nuestros egos evitan que reconozcamos esta realidad. En cualquier momento en el que obtenemos algo extra en nuestra vida, sentimos que estamos repentinamente “por delante de los demás”. Este es especialmente el caso cuando trabajamos duro por los obsequios que recibimos y sentimos que nos ganamos una bonificación. El compartir con los demás va más allá de nuestra naturaleza en un nivel básico y hasta en términos del día a día. Como seres humanos, hemos sido programados para la supervivencia. Conectar con el Creador significa ir más allá de nuestros deseos básicos y de nuestro propio interés para considerar cómo podemos compartir los obsequios que vienen a nuestra vida. Michael Berg dice: “En términos kabbalísticos, el verdadero compartir debe, por definición, ser ilógico: debe ir en contra de las urgencias inherentes a nuestra naturaleza humana”.
Todo el tiempo se nos presentan oportunidades para compartir. El estudiante que recibe una beca puede escoger convertir su educación en una carrera exitosa y terminar la historia allí, o puede compartir su regalo comenzando un fondo para la post-graduación de otros estudiantes. Un hombre que recibe de herencia un automóvil puede escoger venderlo y quedarse con el dinero o prestárselo a una madre que necesita un medio de transporte confiable. Una empleada que recibe un bono sorpresa puede guardar para sí el dinero o puede utilizarlo para ayudar a un miembro de su familia. Lo que escogemos hacer (o no hacer) cuando la vida nos envía una bonificación determina cuánta Luz traemos a este mundo. Puede construir una conexión más fuerte con el Creador o puede distanciarnos de la Luz.
Karen Berg nos enseña que: “La única razón por la que recibimos cualquier cosa en este mundo (una posición, conocimiento, talentos y dones) es para que creemos algo positivo para nuestra comunidad, para el mundo y para nosotros mismos”. Cuando recibimos bonos en la vida es nuestra responsabilidad considerar cómo podemos compartir estos regalos con otros. El mundo no se convierte en un lugar mejor si nos propulsamos a nosotros mismos por encima del resto. O todos ganamos o todos perdemos.