El 22 de febrero de 1943 fue un hermoso día en Múnich, Alemania. El sol brillaba en el cielo mientras Sophie Scholl, de 21 años de edad, caminaba sin temor hacia su muerte.
Durante el punto más álgido de la Segunda Guerra Mundial, Sophie y su hermano Hans, imprimieron y distribuyeron material anti-Nazi con la ayuda de unos pocos amigos. Sus acciones causaron frenesí en un clima social ya tenso (fue la primera instancia de disidencia interna contra el régimen Nazi y la resistencia política era sancionada con los castigos más extremos). La meta de ambos era demostrar que derrocar un sistema opresivo podía lograrse “con la cooperación de mucha gente convencida y energética”. Éste no era el trabajo de Winston Churchill o del presidente Eisenhower. Fue el activismo de una chica de 21 años de edad. El grupo explicó su misión en un ensayo enviado de forma anónima a los ciudadanos de Alemania. “El significado y la meta de la resistencia pasiva es deponer el Socialismo Nacional y en esta lucha no debemos retroceder en nuestro curso ante cualquier acción, sea cual sea su naturaleza. Una victoria de la Alemania fascista en esta guerra tendrá consecuencias inmensurables y aterradoras”. Los jóvenes estudiantes habían hecho circular panfletos en la Universidad de Múnich cuando fueron finalmente atrapados y arrestados. Sophie, Hans y su amigo, Christoph Probs, fueron encontrados culpables de traición y sentenciados a la pena de muerte.
Mientras caminaba hacia su ejecución, mantuvo su cabeza en alto. Sus últimas palabras fueron: “¿Cómo podemos esperar que prevalezca la justicia cuando difícilmente cualquiera está dispuesto a ofrecerse a sí mismo de manera individual por una causa justa? Es un día tan bonito y soleado, y tengo que irme pero ¿qué importancia tiene mi muerte, si a través de nosotros cientos de personas son despertadas y movidas a la acción?”.
Muchos no estaban de acuerdo ni con Hitler ni con el régimen Nazi. Eran buenas personas quienes vieron a través de la propaganda, entendieron que la guerra fue construida sobre mentiras y odio. Sin embargo, la mayoría de ellos no hizo nada. Sophie era un ejemplo de lo que pasaría si alguien se levantaba en contra del movimiento. Así que las personas buenas de toda Alemania temieron, criticaron a Hitler dentro de ellos, permanecieron silenciosos con respecto a sus opiniones y no hicieron nada.
¿Cómo se mide exactamente “lo bueno” en términos kabbalísticos? La biblia nos dice que Noé fue un “justo, un hombre perfecto en su generación”. Él era un buen hombre. El Creador le dijo que construyera un arca, y así lo hizo. Noé siguió todas las reglas y completó cada petición por parte de Dios. Sin embargo, el Creador le advirtió: “todo lo que está sobre la tierra perecerá”. Noé no cuestionó a Dios. Él hizo lo que se le indicó.
En su libro, “Secrets of the Bible”, Michael Berg señala que Noé, si bien era un buen hombre, no alcanzó los actos justos que definieron a las figuras bíblicas que vinieron después de él, como Abraham. Después del diluvio, Noé lloró cuando vio la destrucción. Dios le dijo a Noé:
“¿Es ahora cuando lloras? Noé, vine a ti antes del diluvio para despertar dentro de ti el deseo de rogar por el mundo. Cuando te dije que traería destrucción sobre el mundo y te di instrucciones para que hicieras el arca, ahí fue cuando debiste haber llorado, orado y rogado por misericordia para el mundo. Sin embargo, no lo hiciste”.
La lección de esta historia yace no en la promesa de Dios de nunca más maldecir la tierra por el pecado del hombre. Más bien, debemos preguntamos a nosotros mismos: “si estuviéramos en los zapatos de Noé, ¿qué habríamos hecho?”.
Uno puede llevar una vida pacífica, nunca romper la ley o herir a alguien. Pero desde una perspectiva kabbalística, tal persona falla en alcanzar su verdadero propósito en la vida y no hace nada para que el mundo sea un mejor lugar. Existe una diferencia entre ser un “buen chico” que escucha acerca de un peligro inminente y alerta a sus vecinos y el “buen chico” que escucha acerca de un peligro inminente y comienza a construir un arca para él y su familia sin decir una palabra.
Grandes cambios en la conciencia ocurren cuando almas valientes toman acciones. Un ejemplo perfecto de acciones justas y altruistas es la vida de Harriet Tubman. Luego de escapar de las cadenas, rescató a más de 300 esclavos entre 1850 y 1865 mientras que Estados Unidos luchaba por permanecer unificado como país. No sólo infringió la ley, sino que el Acto de Esclavos Fugitivos forzó las leyes oficiales en los estados libres para capturar y enviar a los esclavos de regreso con sus dueños, haciendo de sus esfuerzos una batalla cuesta arriba. Mientras utilizaba la red conocida como Caminos Bajo Tierra para asistir a los esclavos en su viaje hacia la libertad, una recompensa fue ofrecida por la captura de Tubman. Se puso a ella misma en peligro para poder salvar la vida de otros. Al final, la Guerra Civil terminó. Sin embargo, sintió que su trabajo ayudando a otros no había terminado. Así que Tubman se volvió activista en los primeros días del movimiento por los derechos de las mujeres por el sufragio.
O considera el coraje de Irene Gut Opdyke, quien salió a ayudar a los judíos en su ciudad para que sobrevivieran la Ocupación Alemana en Polonia al contrabandear comida desde la cocina del hotel donde trabajaba hasta un barrio judío cercano. Luego escondió judíos en el sótano de un hogar en que trabajaba como ama de llaves e incluso, después de que su empleador descubrió su secreto y la forzó para que se convirtiera en su amante como forma de pago, continuó ayudando a los judíos. Si bien el castigo por ayudar a un judío en aquélla época podía ir desde el arresto hasta la muerte, Opdyke estaba firme en su compromiso de proteger vidas humanas.
Estas mujeres se enfrentaron a grandes riesgos para poder traer más Luz al mundo. La verdad es que no podemos permitirnos permanecer perezosos cuando otros están en peligro, sentarnos en silencio ante la cara de la injusticia o ir viviendo “bien” pero con una vida sin propósito. Sin lugar a duda, las vidas verdaderamente buenas son definidas no por la habilidad de seguir las reglas, sino por la disposición a actuar y hablar en contra del odio y la oscuridad. Sólo así podemos esperar, como lo hizo la joven Sophie Scholl, que prevalezca la justicia.