Con la llegada del Día de la Tierra, he estado pensando mucho acerca de la naturaleza de la Naturaleza. La idea de la Naturaleza y todas las cosas naturales se ha infiltrado en cada rincón de nuestra vida: desde la psicología (es “parte de su naturaleza”) hasta nuestros alimentos (esos “sabores naturales” son lo mejor, ¿no?) y la manera genuina en que describimos “el estado natural de las cosas”. La naturaleza de alguna manera se ha convertido en un sinónimo de algún aspecto de autenticidad, y con razón.
La Kabbalah enseña que el Creador lo es todo y todo es el Creador. No hay “nosotros” y “ellos” cuando se trata del mundo natural. Solo existe “nosotros”.
Y yo misma lo siento cuando estoy lejos de la ciudad o cuando puedo mirar más allá del tránsito y las estructuras hechas por el ser humano como para poder percibir la riqueza de la vida. Siento menos “yo” y más “nosotros” cuando observo las nubes, el viento, el sonido de los pájaros, el cambio en los colores. Cuando optimizo mi cuerpo y espíritu, cuando los honro y los uso de maneras que los fortalecen, ¡siento que la Naturaleza y yo estamos trabajando hombro a hombro! Y me siento colmada de gratitud.
En cada momento, tocamos la Tierra y ella nos toca de regreso de formas que muy pocas veces tomamos en cuenta. El aire que recién inhalaste no es aire que está “allá afuera”; está pasando por tus pulmones y entregando oxígeno para mantener cada una de tus funciones. Y aquello no es solamente el suelo; es el punto de conexión donde se construyen nuestras casas, se diseñan nuestras ciudades y donde se sostienen nuestras vidas tanto literal como metafóricamente. Cada migaja de nuestra alimentación depende del suelo debajo de nuestros pies… ¡es el cimiento sobre el cual se construyen todos los demás sueños!
También percibo esto cuando estoy corriendo para subir una colina, recorriendo un camino montañoso, nadando en medio de una selva o haciendo senderismo en el Gran Cañón. Recuerdo haber sumergido los pies en el agua helada del río Colorado hace unos años. Esa misma agua había recorrido las venas de todos los demás ríos, arroyos y océanos del mundo. Se había evaporado hacia las nubes y cayó como lluvia nuevamente. Esa misma agua se estanca en pozos y sale de grifos. Continúa sustentándonos, al igual que ha sustentado a todas las demás formas de vida en el planeta. Tal y como escribió el profesor John Vucetich: “Los seres humanos y la naturaleza son, fundamentalmente, uno solo”.
Esta verdad ha sido demostrada científicamente hasta el nivel de nuestro ADN. De hecho, ¡cada ser humano comparte su ADN prácticamente con toda criatura viviente en el planeta! Según una estadística reciente en Sciencing, cada uno de nosotros comparte un sorprendente 99,9 % del ADN con cada ser humano en la Tierra. Así que, cuando hablamos de la “familia de la humanidad”, ¡quizá ignoremos cuán preciso es este término! Y las semejanzas continúan tanto en el reino animal como el vegetal. Compartimos el 98,9 % de nuestro ADN con los monos, el 90 % con los gatos, el 84 % con los perros, el 80 % con las vacas y el 73 % con los peces, solo por nombrar algunos. Incluso un banano comparte cerca del 60 % de su ADN con el nuestro, y nosotros y los árboles compartimos cerca del 50 % del mismo código genético. Por lo tanto, nuestro parentesco con todas las formas de vida está en la mismísima esencia de nuestra existencia. Cuanto más reconozcamos esto, más podemos cultivar nuestro respeto y amor por el mundo.
El Día de la Tierra es una de las muchas iniciativas para difundir información acerca de nuestra enorme interconexión. Ha habido un persistente aumento en el número de “escuelas forestales”, un concepto escandinavo que lleva el aprendizaje a entornos más naturales. La Asociación Global de Terapia Natural y Forestal usa la inmersión en la naturaleza para fomentar la sanación. Ellos afirman que “el bosque es el terapeuta; los guías ayudan a los demás a abrir las puertas”. De la misma manera, la práctica japonesa del “baño forestal” (también basada en caminatas meditativas en el bosque) se basa en investigaciones que demuestran que respirar aerosoles presentes en los bosques favorece la sanación.
Miles de estudios han demostrado los beneficios de pasar tiempo en la naturaleza. Entre ellos: disminución de la presión sanguínea y de niveles de hormonas de estrés, mejora del sistema inmune y funciones respiratorias, aumento de la autoestima y un mejor ánimo. Un estudio de la Universidad de Exeter descubrió que tan solo dos horas por semana en espacios verdes produjo increíbles beneficios de salud entre 20 000 participantes. ¡Todos podemos experimentar este efecto con tan solo salir un poco más! Por ejemplo, en lugar de citar a mis estudiantes en mi oficina, a veces sugiero salir a caminar. ¡El aire fresco y el movimiento han resultado en unas de las reuniones más productivas y beneficiosas que he tenido!
En el Zóhar, Rav Shimón explica cómo “nuestro mundo no fue creado completo, dado que sería el mérito y la responsabilidad del hombre perfeccionar la creación mediante sus acciones y desarrollo espiritual”. Con esto en mente, espero que todos podamos mirar la Naturaleza desde una perspectiva distinta en el Día de la Tierra y los demás días. En lugar de ver nuestro entorno como algo externo fuera de nuestras ventanas o algo a lo cual acceder por determinados propósitos, mirémoslo tal y como es: un espejo de nosotros mismos.
Seamos más conscientes de nuestros espacios, más gentiles con todas las criaturas, y más agradecidos y atentos con toda la abundancia que nos rodea. Porque amar todas las formas de vida es amarnos a nosotros mismos… ¡y ese es el regalo más naturalmente maravilloso que podemos aportar al mundo!