En una conversación reciente que tuve con alguien, le conté acerca de una historia que escribí llamada “Ángeles terrenales”, a lo que ella respondió: “Vaya. Qué historia tan increíble. Me pregunto cómo uno podría convertirse en un ‘ángel terrenal’”.
Mientras analizaba su pregunta, la respuesta me llegó en una memoria de un suceso aparentemente insignificante en su momento.
Hace años, una de los miembros más antiguos de nuestra comunidad de Kabbalah estaba muy enferma en el hospital. Sus parientes vivían en otra ciudad. Ella estaba sola la mayor parte del tiempo. Así que, en sintonía con nuestras enseñanzas de “practicar lo que predicamos”, su familia del Centro de Kabbalah (es decir, un grupo de miembros de nuestra comunidad) se involucró para ayudarla. Algunos de nosotros nos alternábamos para visitarla en el hospital con regularidad. Esto transcurrió por semanas. El personal del pabellón estaba asombrado por dos cosas: la primera, que ella tuviera la mayor cantidad de visitantes en el pabellón; y la segunda, que ninguno de nosotros era pariente de ella. Esto era todo un fenómeno para el personal del hospital.
Durante ese período, mi familia y yo nos fuimos de vacaciones. Nos fuimos por unos cuatro o cinco días. Dicho sea de paso, fueron días muy agradables. Después de largas horas conduciendo de regreso, finalmente llegamos a casa. Todos estábamos cansados, hambrientos y malhumorados por el trayecto y la idea de tener que desempacar todas nuestras pertenencias de la camioneta.
Tan pronto como sacamos todo de la caminoneta y lo desempacamos, mi familia estaba acomodándose para pasar la noche en casa. Mi comportamiento habitual habría sido acompañarlos, pero más bien pensé en esta persona en el hospital. De hecho, no podía dejar de pensar en ella. Tenía una necesidad apremiante (o más bien compulsiva) de visitarla, ¡en ese mismo instante!
Fue una experiencia muy extraña. Algo, una voz o sensación dentro de mí me insistía en que dejara mi hogar y a mi familia en mi día libre, tomara el auto y condujera media hora hasta llegar al hospital. Fue como si algo o alguien me estuviera ordenando que fuera. Y yo seguí las órdenes.
Tan pronto como estábamos dentro de la casa, anuncié de inmediato que me marchaba. Todos me miraron desconcertados. “¿A dónde vas?”, preguntó mi esposo. “Voy al hospital a visitar a Judy”. “¿Por qué?”, preguntó uno de mis hijos. “Es tu día libre, recién llegamos a casa. ¿Por qué tienes que irte ahora?”. “No lo sé, pero me voy. Adiós”. Y así de simple, me fui rápidamente de casa, salté al auto y conduje hacia el hospital.
Era de noche cuando llegué. Estacioné el auto y caminé hacia la entrada. En el recorrido, vi a una mujer corpulenta saliendo por la entrada principal. Se cayó como si estuviera en shock. Corrí rápidamente a ver qué le sucedía. Quizá podría ayudarla. Cuando la alcancé, era claro que había pasado por una experiencia terrible. No sé que sucedía, no me lo dijo. Al mirarla, le pregunté: “¿Se encuentra bien?”. Ella no contestó. Nos miramos a los ojos. Ella rompió en llanto mientras yo la sostenía en mis brazos. No sé cuánto tiempo estuvimos ahí. Yo simplemente la sostuve, la abracé mientras ella descargaba su tristeza, dolor y lágrimas hasta más no poder.
Cuando terminó, se apartó y me agradeció con la mirada. No intercambiamos palabras, nombres, teléfonos ni nada más. Ella simplemente caminó en la dirección que tenía al principio y yo seguí la mía.
Cuando finalmente llegué a la recepción, anuncié que estaba ahí para visitar al mismo paciente que había visitado las últimas semanas. Pero esta vez la persona en la recepción no me permitió pasar, me dijo que el personal recién había comenzado el cambio de turno. Durante ese momento no permitían visitas, mientras el primer turno del personal médico informaba al segundo turno el estado de todos los pacientes, y si quería visitar a esta persona, debía regresar en una hora.
“¡¿Una hora?!”, exclamé a la persona de la recepción. “¡¿Una hora?!”, repetí en mi frustración. “¡Conduje cuatro horas para llegar aquí! ¿No podría hacer una excepción, por favor?”. A lo que ella contestó con un rotundo: “NO”. Era como hablar con la pared. Me fui muy enojada y frustrada. De hecho, estaba enojada, cansada y frustrada mientras caminaba hasta mi auto. Y entonces, justo cuando estaba sentada en mi auto a punto de encenderlo, lo entendí.
Nunca se trató de visitar a Judy. ¡Todo este tiempo tuvo que ver con esa desconocida! Conduje hasta llegar al hospital a fin de cruzarme con esa desconocida en el momento preciso en el que ella necesitaba un hombro donde llorar. ¡Yo era su ángel terrenal! ¡Santo Dios!
¡De pronto una sensación de euforia recorrió todo mi ser al darme cuenta de que fui convocada y enviada en una misión desde el Cielo! ¡Verdaderamente me sentí como una soldado en el ejército de la Luz! Me sentí honrada de haber sido convocada a servir y me preguntaba cuál sería mi próxima misión. Conduje de regreso a casa siendo una persona diferente a cuando me fui. Algo en lo profundo de mi ser había cambiado mientras intentaba entender las probabilidades de que llegara al hospital y que “casualmente” me cruzara con una desconocida en el momento exacto en el que ella apareció en mi trayecto. ¡Las probabilidades parecían una en un millón!
Es en momentos como estos en los que siento una inmensa reverencia y apreciación por la Fuerza de Luz del Creador y por mis maestros, el Rav y Karen Berg, quienes han sido y continúan siendo fundamentales en la difusión de bendiciones a multitudes de personas que han sido transformadas y bendecidas gracias a sus sacrificios permanentes. Yo soy una de ellas y estoy eternamente agradecida de ser “llamada al deber” como un “ángel terrenal en una misión”.
Que todos seamos ángeles en una misión y estemos presentes para los demás, y manifestemos paz y prosperidad para todos.