Nos despertamos. Revisamos el teléfono. Leemos (sí, otra) noticia triste/perturbadora/desalentadora. Y luego esperamos tener un día genial… ¡pues NO!
He escrito mucho acerca de la importancia de empezar nuestro día con “buen pie”, como dicen. Lo que hacemos en la mañana nos predispone mental, física y espiritualmente para el resto del día. Así que, si comenzamos en nuestras pantallas, es todavía más probable que sigamos en ellas, a veces a riesgo de excluir a todos y todo lo que nos rodea. Podemos terminar obsesionándonos con lo que ocurre “allá afuera” en las redes sociales o el último chisme del momento… y cuando levantamos la mirada, a menudo también buscamos gratificación en otras formas de exceso.
Podemos chasquear los dedos y obtener casi cualquier cosa (piensa en Amazon: ¡ordene ahora y recíbalo hoy!). Tenemos infinitas opciones de comida y bebida (¿Qué va a querer? ¿Su latte de vainilla de siempre o prefiere nuestro nuevo americano pumpkin spice con manzana acaramelada?). Y, sin importar qué tengamos, parece que siempre queremos más.
El hecho es que todos somos un poco (o muy) adictos. Pero ¿por qué?
La respuesta podría variar, pero, al menos, en parte está relacionada con la dopamina. La dopamina es un químico en el cerebro que nos hace sentir bien. Y cada vez que obtenemos una recompensa (con nueva información, entretenimiento o refuerzos positivos de cualquier tipo) nuestro cerebro libera más. Ya sea un correo breve o un comentario en Instagram (¡Hey! ¡Me contestó! ¡Le agrado!), un video gracioso de YouTube o cualquier otro elixir adictivo, lo estamos buscando. Lo ansiamos. Y cuando lo queremos, lo queremos AHORA. Pero hay un lado oscuro de la dopamina cuando dependemos de ella constantemente.
La Dra. Anna Lembke, autora de Dopamine Nation, explica que: “uno de los descubrimientos [recientes] más importantes en el ámbito de la neurociencia… es que el placer y el dolor están co-localizados”. En otras palabras, los dos están esforzándose por mantener un punto central, o equilibrio (técnicamente conocido como homeostasis). Así que cuando nos vamos demasiado en una dirección, nuestro cerebro trata de compensarlo al llevarnos al estado o la emoción proporcionalmente opuesta.
Considera cómo esto se desarrolla en humanos que cada vez más esperan un torrente de placer instantáneo. (Otro ejemplo: actualmente hay más de 17 000 títulos solo en Netflix. ¡Es un dispensador inagotable de dopamina!). Y si el equilibrio es el objetivo de nuestro cerebro en medio de todo este placer, no debe sorprendernos que la depresión y la ansiedad hayan alcanzado los niveles más altos en la historia: alrededor del 25 % de los jóvenes desde 2016. Y la trama se complica cuando consideramos lo elusivo que puede ser el equilibrio.
Porque, a medida que se desarrollan las adicciones, cuanto más las alimentamos, más nos volvemos dependientes de un aumento en la dosis solo para poder sentirnos normales. Comenzamos a depender de esos “me gusta” o esos correos o videos graciosos, o clics de compras en línea, solo para sentirnos bien en cada momento: mientras hacemos la fila para pagar en el supermercado, cuando estamos sentados en el metro o incluso cuando estamos detenidos en un semáforo.
Así que ¿cómo dejamos de mirar? ¿Cómo reiniciamos nuestro sentido de equilibrio y devolvemos la atención al momento presente… a ese sentido de bienestar y conexión que no depende de la siguiente “dosis”? Una de las terapias de la Dra. Lembke es lo que ella llama “ayuno de dopamina”, lo cual, para sus pacientes, ¡significa no tener pantallas por un mes! Esta práctica resulta en menos ansiedad y depresión entre los participantes. Si bien semejante cambio podría parecer demasiado abrumador para algunos de nosotros, todos podemos beneficiarnos al repensar nuestra relación con la tecnología y la mentalidad de gratificación inmediata.
El escritor Stephen Altrogge nos insta a examinar nuestros comportamientos predeterminados. Aun cambios pequeños en nuestro “statu quo” pueden marcar una diferencia. Según Altrogge, el 84 % de las personas mantienen su correo electrónico abierto todo el día. En otras palabras, la mayoría de nosotros vive en un estado de disponibilidad perpetua a cualquiera que esté en nuestra lista de contactos. En lugar de eso, él sugiere que fijemos horarios en los que estemos simplemente no disponibles. Él recomienda que reduzcamos nuestro tiempo de pantallas a períodos breves: revisar el correo electrónico y redes sociales, responder a mensajes de texto oportunos, y después dejar… tranquilo… el… teléfono (o la computadora). Agenda una conversación cara a cara con alguien, da un paseo y conéctate con tu entorno. Cuanto más practiquemos recalibrar nuestros comportamientos productivos predeterminados, más recuperaremos ese equilibrio.
¿Recuerdas la historia bíblica de la batalla entre el rey David y el gigante Goliat? El Zóhar dice que lo que empoderó a David para que ganara no fue su poder físico sino su valentía al enfrentar y vencer la oscuridad en su interior. Todos podemos superar nuestras adicciones, grandes o pequeñas. Desde luego, no estoy minimizando las adicciones serias y perjudiciales que necesitan atención médica, y siempre motivo a buscar ayuda profesional cuando sea necesario.
Recuerda: todos somos como una masa de arcilla. Tenemos el poder de esculpirnos de cualquier manera que deseemos. Podemos decidir conectarnos más y estar más presentes. Podemos elegir revelar más de nuestra Luz u ocultarnos detrás de la Luz de otro. Y podemos mirar las películas de alguien más… o levantar la mirada, ver a nuestro alrededor, ¡y protagonizar nuestra propia película!