Una de las suposiciones más generalizadas que hacemos los seres humanos es la simple y engañosa noción de que todas las personas que forman parte de nuestra vida siempre estarán presentes, que las cosas por las que hemos trabajado con tanto esfuerzo no cambiarán nunca.
Claro, la simple lógica nos dice que esto no es cierto. Nadie es inmortal, aprendemos desde temprana edad (superhéroes aparte), y todas las cosas cambian de forma constante. Lamentablemente, a medida que envejecemos, es inevitable experimentar esta verdad de primera mano. Sin embargo, en nuestra vida cotidiana, ¿cuántas veces pasamos por alto la inmensidad de la riqueza, el color y la textura y la calidad de la Luz que recibimos de nuestras relaciones? ¿Cuán a menudo olvidamos la gran oportunidad que se nos presenta cada día de compartir de nosotros mismos; nuestros talentos, nuestro humor, nuestra perspicacia, nuestra capacidad de simplemente escuchar y estar ahí para aquellos que amamos y que nos aman?
La Kabbalah enseña que nuestra conexión significativa con los demás es el propósito más elevado de nuestra alma en esta vida. Y toda relación, ya sea directa o indirectamente, tiene como base la amistad. Nuestros amantes, nuestros hijos, nuestros profesores, alumnos, trabajadores y jefes... todos son nuestros amigos en distintos grados. Cuanta más estrecha es la relación, más se debe cuidar y alimentar constantemente (sí, al igual que las plantas de un jardín). La amistad, que se encuentra en la esencia del amor, es un proceso y no un destino. Fluye y refluye, se mueve y crece. Y cada relación única trae consigo una oportunidad de crecimiento personal y mutuo.
Es por ello que nadie se debe dar por sentado. Hace un par de años, aconsejé a una mujer que estaba pensando en dejar a su marido. Ella era muy consciente de su insatisfacción personal y, en su opinión, la culpa era de su marido. La animé a considerar lo mejor de él, pero se mostró inflexible a esa sugerencia. No le gustaba cómo se peinaba o se cepillaba los dientes. Y su método para lavarse las manos era una completa parodia: salpicaba agua por todas partes, de modo que ella no podía usar el lavabo sin que se le empapara la camisa. (Todas hemos pasado por eso: ¡nos inclinamos hacia el espejo para aplicarnos el delineador de ojos y nos encontramos con la blusa de seda mojada por la encimera!). De todos modos, un día su marido fue a someterse a un procedimiento menor, y nunca se despertó. Después de eso, las molestias se olvidaron. La mujer solo recordaba lo bueno. En el duelo, su historia pasó de “¿Por qué estoy con él?” a “¿Por qué estaba tan ciega?”.
No obstante, todos somos culpables en ocasiones. Nos impacientamos con nuestros hijos. Sentimos escozores innecesarios por las pequeñas infracciones de nuestros amigos. Ahuyentamos a nuestros gatos o perros y les decimos a nuestras parejas que estamos demasiado cansados para conectarnos. Todas estas cosas son humanas; son totalmente comprensibles, en especial cuando estamos cansados, estresados o expuestos. Pero ¿podríamos intentar, solo por hoy, no solamente mirar sino ver de verdad el regalo de la presencia en aquellos que están presentes en nuestra vida? ¿Podemos cambiar nuestra perspectiva de “qué haces o no haces por mí” a “cómo puedo enriquecer tu vida hoy”? Este es un paso. Podemos dar otro cuando nos damos cuenta de que lo que tenemos ante nosotros ahora no es toda la historia. Hay una historia dentro de cada relación.
La semana pasada, leía sobre una anomalía cardíaca llamada “síndrome del corazón roto” o, en lenguaje médico, cardiomiopatía por estrés. Parecida a un ataque al corazón, se da en algunas personas que han perdido a sus cónyuges u otras relaciones cercanas, y por lo general ocurre en el primer año de la pérdida. (Afortunadamente, la mayoría de los pacientes se recuperan). Según el cardiólogo Patrick O’Gara, del Hospital Brigham and Women’s, el fenómeno “reconfirma la relación entre el cerebro y el corazón”. Es un sorprendente recordatorio de que somos cocreadores de nuestra salud, al igual que lo somos de nuestra vida. Alimentar nuestras relaciones también nos nutre a nosotros mismos; y, como en tantas prácticas espirituales, podemos empezar el proceso con gratitud. Podemos agradecer la presencia de los demás en nuestra vida y todas las cualidades únicas que cada persona nos aporta a nosotros y al mundo.
El Rav dijo una vez: “En el momento en que se pierde el aprecio, se pierde la relación”. Mientras nos adentramos en esta “semana del amor” (aunque, en realidad, ¿no lo son todas?), te animo a que abras los ojos y el corazón por completo a esas personas importantes de tu vida, incluido tú mismo. Haz el esfuerzo, haz la llamada, ¡y diles a tus seres queridos lo que más aprecias de ellos!
Porque puede que nos tengamos el día de hoy, pero el día de hoy no puede conservarse para siempre, al menos no de la manera que esperamos. Como escribió Carl Sagan: “Comparados con [las estrellas], somos como moscas de mayo, criaturas efímeras y fugaces que viven su vida en el curso de un solo día”.
Así que aprovechemos este día, con todo nuestro corazón.