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La comparación es el ladrón de la alegría en la crianza de nuestros hijos

Monica Berg
Abril 28, 2020
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En ningún libro de crianza de niños que haya leído hubo un capítulo acerca de la crianza durante una pandemia. Hay bastantes recursos acerca de criar a niños con necesidades especiales, gemelos o con aprendizaje avanzado. Pero creo que se podría decir ninguno de nosotros estaba preparado para los desafíos que los padres de todo el mundo están viviendo ahora. Incluso familias que optaban por la educación en el hogar no están acostumbradas a quedarse en casa tanto tiempo como recomiendan los expertos.

En esta nueva cultura de trabajar y criar hijos en casa, todos estamos intentando hallar nuestro equilibrio. Veo padres que comparten sus métodos innovadores para pasar el día con sus hijos, ya sea que estén trabajando desde casa o temporalmente no tengan un empleo. Me encanta la manera en que comunidades de padres se reúnen virtualmente para compartir su apoyo y recursos. Aunque también veo que ocurre algo más: la comparación. Ver a padres encender una vela aromática y luego reunirse en la mesa de la cocina a jugar Monopolio a las 2 p. m. parece agradable. Y estoy segura de que la están pasando muy bien. Pero quizá este no sea tu panorama. Hay infinitas formas de criar a nuestros hijos durante una crisis. No tendrá el mismo aspecto para todos. Cuando nos comparamos con la experiencia de otro, terminamos sintiendo como si nos faltara algo importante; nos sentimos menos. Y nada podría estar más alejado de la verdad.

Theodore Roosevelt dijo una vez: “La comparación es el ladrón de la alegría”, una frase que es innegablemente cierta en cuanto a la crianza de niños, además de la vida en general. Lo que hace que esta cita resuene tan profundamente en mí es que habla de algo que los kabbalistas han enseñado por siglos: compararnos con los demás nos impide ver nuestro propio potencial para tener un impacto en el mundo. Esta falta de aprecio por nosotros mismos nos roba la Luz y conduce a sentimientos de duda, inseguridad, ansiedad e incluso depresión. Esta clase de negatividad nos impide conectarnos con la Luz, una parte absolutamente esencial en la crianza con amor y compasión.

Las comparaciones irracionales generan miedo e incomodidad y, a su vez, nos distancian de las personas y el apoyo que más necesitamos; es decir, de nuestra comunidad de padres. Compararnos con los demás nos lleva a juzgarnos y, al hacerlo, también estamos juzgando a otros que tengan dificultades. (Y te cuento un secretito: todos los padres tienen dificultades con algo). No hay forma legítima de criticarnos a nosotros mismos sin apuntar esa misma crítica a todo padre o madre que esté en la misma situación. Juzgarnos a nosotros mismos es una caída progresiva. Sin embargo, algo que podemos descubrir es que cuanto menos nos juzguemos a nosotros mismos, menos juzgaremos a los demás. Si podemos comenzar a aceptar nuestros defectos como oportunidades para crecer, podemos empezar a sanar y tener compasión por quienes tengan dificultades similares.

Cuando se trata de criar a nuestros hijos, siempre habrá alguien que pareciera hacerlo mejor que tú, que gerencia su vida como un experto y que, por lo general, lo hace ver todo muy fácil. No es fácil para ninguno de nosotros. Recuerdo lo duro que se sintió criar a mi primer hijo. Ahora, con cuatro hijos, casi me dan ganas de reír lo insignificantes que eran esas dificultades comparadas con la crianza de mi segundo hijo —un chico con necesidades especiales— y luego con mi tercer hijo, y después mi cuarto. Pero esa mentalidad no es muy justa conmigo misma (ni con cualquier otro padre) porque, a fin de cuentas, todo es difícil.

Cada uno de mis hijos me trajo nuevas oportunidades para crecer de formas incómodas (a veces) a medida que nuestra familia se acomodaba a una nueva forma. Cada transición incluía sus desafíos particulares. Pensar que la crianza perfecta ocurrirá solamente cuando alcance cierto nivel de heroísmo maternal es ignorar la trascendencia de cada paso que di en un largo viaje de transformación. El éxito es relativo a la curva de aprendizaje. Cada paso, cada etapa, cada dificultad cuenta. Son todas lecciones que me han llevado a donde estoy ahora. Como padres, estamos creciendo de manera exponencial; independientemente si tenemos uno o cuatro hijos, si trabajamos o nos quedamos en casa, si los criamos solos o con una pareja. Todos los casos son difíciles. En especial ahora.

Nuestro trabajo como padres no es solamente amar, sustentar y cuidar a nuestros hijos, sino aceptarnos con compasión cuando no estamos en nuestro mejor momento o cuando criamos a nuestros hijos durante circunstancias desafiantes. Una falta de aceptación propia surge de una desconexión de nuestra fuente, el Creador. Todos hemos luchado con la aceptación propia en algún punto de nuestra vida. Ser padres nos hace todavía más vulnerables a tales críticas. En vez de compararnos con otros que parecieran ganar el premio a la madre del año, nos convendría más reconocer los aspectos que admiramos en ellos y desarrollar esas cualidades en nosotros mismos.

Cuando cambiamos nuestra perspectiva —y, afrontémoslo, la comparación consiste en la percepción— dejamos de sentirnos desmoralizados con relación a alguien a quien creemos que le va mejor en la crianza de sus hijos que a nosotros. Lo que los demás ven en el exterior tiene poco que ver con lo que ocurre internamente. En todos mis años enseñando, haciendo conferencias y viajando por el mundo, lo que he llegado a creer firmemente es que todos los padres tienen dificultades. El espectro de dificultades para los padres es amplio y, por consiguiente, sin duda todos tenemos mucho más en común de lo que creemos. Todos estamos tratando de descifrar las cosas, ser la mejor versión de nosotros mismos y ser los mejores padres para nuestros hijos. Como personas reales que viven en un mundo (imperfecto), siempre estamos creciendo, cometiendo errores, aprendiendo y evolucionando tal y como deberíamos.


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