En el capítulo bíblico de Ki Tisá, Moshé ascendió al Monte Sinaí después de decir a los israelitas que regresaría en 40 días. Ellos esperaron pacientemente pero calcularon mal el regreso de Moshé por seis horas y por ende comenzaron a preocuparse de que su justo líder, quien los había sacado de la esclavitud en Egipto, no regresase. Sintiéndose abandonados, se acercaron a Aarón, hermano de Moshé, y le pidieron que construyese un dios que asumiese el lugar de Moshé.
Aarón accedió y fabricó un ídolo en forma de becerro de oro a partir de la joyería ofrecida por el pueblo. Luego lo presentó ante los israelitas y les dijo: “Estos son sus dioses, Israel, quienes los sacaron de Egipto”.
Incluso después de los muchos milagros que los israelitas observaron aún sentían la necesidad de algo que los guiase. Ellos creían que la seguridad sólo podía encontrarse en el mundo físico. Esto no es un fenómeno poco común. De hecho, es parte de la naturaleza humana sentir seguridad en el mundo físico. El suelo debajo de nuestros pies y los techos encima de nuestras cabezas pueden ser muy reconfortantes. Llegamos a encontrar comodidad en cosas físicas (una taza de sopa caliente, un carro completamente nuevo, una manta peludita, un anillo de diamantes). Le otorgamos a estas cosas un significado y como resultado nos sentimos seguros cuando están en nuestra vida y nos sentimos inseguros cuando nos faltan. La verdad es que el mundo físico puede ser fugaz. La realidad trasciende los objetos físicos.
Para los israelitas fue difícil lidiar con esta idea y carecieron de certeza en el Creador. Desde nuestra perspectiva moderna es fácil decir que no tenían nada de qué preocuparse. Con un poco de paciencia y fe se habrían dado cuenta de que todo estaría bien en el momento correcto. Sin embargo, nosotros luchamos con esta misma conciencia y continuamos creando becerros de oro para nosotros mismos.
Es muy fácil para nosotros colocar nuestra fe en el mundo físico. Obtenemos un falso sentido de seguridad a partir de las cosas, imaginando que nuestras vidas serán mejores cuando seamos dueños de una casa bonita, cuando manejemos un buen automóvil o cuando mejoremos nuestro guardarropa. Ya sea de manera consciente o inconsciente, tenemos la tendencia a buscar plenitud en objetos físicos. Sin embargo, la realidad vive en el mundo que no es físico. La realidad vive en la interacción humana, en los actos de compartir, en el amor y en las oraciones. La única seguridad verdadera que puede encontrarse está en la Luz creada por nuestras interacciones con otros y en nuestra certeza.
Cuando el mundo físico es utilizado para elevar la conciencia, puede ser beneficioso. Pero es importante recordar que: “La conciencia no es algo que podamos sentir o tocar”, señala el Rav Berg, “a esto es a lo que los kabbalistas se refieren cuando dicen mente (conciencia) sobre (controlando) la materia (lo físico). Mente sobre materia quiere decir que nuestra conciencia controla nuestro mundo físico”.
El mundo físico es simplemente una herramienta para que podamos transformarnos y revelar más Luz. El Rav Berg explica: “Lo físico fue creado para que podamos eliminar los obstáculos como el tiempo, el espacio y el movimiento con nuestra conciencia. La única razón por la que existen estas limitaciones es porque están muy incrustadas en nuestra conciencia”. Cuando nos permitimos ver más allá del mundo físico, podemos ver la Luz del Creador. La Luz nos rodea cuando ayudamos a un amigo en necesidad, cuando realizamos actos de caridad o cuando experimentamos amor incondicional. La Luz nos apoya cuando tenemos certeza en que el Creador está cerca, incluso cuando no lo veamos.
Los becerros de oro que creamos son sólo muletas que nos ayudan a obtener conciencia de lo espiritual. Líderes espirituales como Moshé pueden ir y venir. Los objetos físicos pueden fallarnos. Pero no existe reemplazo para nuestra conexión con la Luz del Creador.