Cuando éramos bebés nos daban elogios y reconocimiento por nuestros pequeños logros, por ejemplo, por la primera sonrisa, la primera carcajada y los primeros pasos. El elogio nos enseña que hemos hecho algo maravilloso y cuando no impresionamos a los demás, intentamos algo nuevo. La atención que recibimos nos hace sentir bien y, por eso, buscamos más. Los elogios se convierten en el impulso de nuestras acciones. Por todo esto, no debe sorprendernos el hecho de que sigamos buscando aprobación aún en la adultez. El psicólogo Leon F. Seltzer, Ph.D., autor del libro Estrategias paradójicas en psicoterapia, dice que vivimos en una sociedad meritoria, una “Sociedad al estilo American Idol que se niega a celebrar los logros o a dar elogios a las personas a menos que sean consideradas como excepcionales”. Sentirse decepcionado o envidioso al ver que otra persona es el centro de atención es algo común.
Aunque estemos o no acostumbrados a recibir reconocimiento, en algún momento llegamos a esperarlo, y no sólo por nuestros logros sino por nuestras acciones bondadosas, caritativas y justas. Michael Berg dice en Los secretos de la Biblia “Queremos reconocimiento por lo que hacemos y nos molestamos cuando no lo obtenemos. La porción de Toldot nos ayuda a entender cómo este deseo de reconocimiento actúa en nuestra contra”.
Toldot cuenta la historia de Esav y Yaakov, los gemelos de Rebeca e Isaac. Los gemelos se pelearon para decidir quien saldría primero del útero de su madre. Esav ganó la batalla y, por lo tanto, es el primogénito. Eso le da derecho a la bendición de su padre, lo cual tiene un significado espiritual. La bendición de un padre hacia su primogénito es como abrir un canal de Luz adicional para su vida.
Los gemelos eran polos opuestos. Esav era alto, velludo y creció para ser cazador y granjero. Yaakov era pálido y lampiño, un hombre que “habitó en carpas”, es decir, estaba más interesado por el estudio y la plegaria que por la vida al aire libre. Yaakov era un pensador espiritual, deseaba las bendiciones del primogénito y creía que su hermano no merecía tal honor.
Un día Esav llegó del campo y notó que Yaakov tenía un plato humeante de lentejas rojas. Esav le pregunta a su hermano, “¿Me das un poco?, por favor. Me muero de hambre”.
Yaakov le responde, “Claro, puedes comer si me vendes tu primogenitura”.
Easv le dice, “Si voy a morir de hambre, ¿qué bien me hace mi primogenitura?”. Así pues, Esav le vendió su bendición a Yaakov a través de un juramento.
Esav era el favorito de Isaac y Yaakov era el favorito de Rebeca. Ella le ordenó a Yaakov que se disfrazara para poder recibir la bendición de su enfermo y ciego padre sin enojarlo. Cuando Esav se enteró de esto, se enfureció y prometió matar a su hermano.
Yaakov tenía tantos deseos de recibir la bendición y el reconocimiento de su padre que actuó de manera deshonesta. No estaba satisfecho con la Luz que traía a su vida a través de las plegarias y el estudio, él quería la bendición de su padre. El deseo de reconocimiento puede ser tan motivador como el amor o el éxito. Según un estudio de la revista Forbes, la cantidad de organizaciones que expresan reconocimiento a sus empleados de manera regular supera ampliamente a aquellas que no lo hacen. Forbes explica que hay un mercado de $46 billones para el reconocimiento de empleados, este mercado incluye la entrega de premios, baratijas, relojes, etc. Una tendencia que refleja la presión a ser excepcional.
La Kabbalah nos enseña que las acciones bondadosas no reconocidas no son menos valiosas. El trabajo duro aún vale y la perseverancia siempre será recompensada a fin de cuentas. De hecho, según la tradición kabbalística, la mejor forma de beneficencia es dar de manera anónima. Los actos de compartir traen más Luz a este mundo si resistimos el deseo de que nuestro acto sea conocido. Michael Berg dice que “Idealmente, deberíamos evitar que los que no están involucrados directamente con nuestra vida espiritual, sepan mucho, especialmente sobre nuestros actos de compartir, porque las buenas acciones anónimas revelan la mayor cantidad de Luz”.
Vivimos en una sociedad hiperconectada. Los medios de comunicación nos permiten compartir nuestros logros y nuestros buenos actos al momento, no sólo con nuestro cerrado círculo de amigos sino con nuestros conocidos, amigos que no vemos desde hace años y con extraños. Desde el hecho de empezar en un nuevo trabajo o correr un maratón hasta enseñarle a tu hijo a ir al baño, publica tus logros grandes y pequeños y seguro recibirás muchas felicitaciones. ¿Nuestros logros serían menos importantes si nadie supiera de ellos? ¿Los trabajadores del comedor comunitario estarán menos agradecidos contigo si no publicas una foto tuya alimentando a un indigente? Por supuesto que no.
Compartir es un acto poderoso y cuando dejamos ir nuestra necesidad de reconocimiento, nos permitimos sentirnos bien de adentro para afuera en vez de afuera para adentro. No necesitamos que alguien nos reconozca por trabajar duro o por realizar actos bondadosos. La bendiciones vendrán a nosotros, no importa si los demás saben o no sobre nuestras buenas acciones. Compartir es intrínsicamente valioso, no porque ganes algún tipo premio sino porque trae más Luz al mundo y a la vida de las personas con quienes compartimos.