Imagina una vida en la que todos tus deseos sean cumplidos. No sería necesario ningún esfuerzo. Todo lo que tendrías que hacer sería pensarlo y ¡puf!, tu sueño se haría realidad. Suena excelente, ¿verdad? Sin embargo, en un mundo así, ¿qué te motivaría a trabajar arduamente, salir de tu camino para ayudar a los demás o a arriesgarte? Si cada deseo fuese cumplido sin lucha o esfuerzo, ¿en dónde conseguiríamos satisfacción? Según Rav Berg, “La satisfacción, ya sea espiritual o física, será duradera sólo si hay un equilibrio entre dar y recibir”.
Cuando las cosas buenas de la vida llegan fácilmente, lo llamamos suerte, nos relajamos en la complacencia y, como resultado, somos menos propensos a hacer nuestro mejor esfuerzo. Por el contrario, cuando sentimos el riesgo de fracasar, solemos sentirnos motivados a esmerarnos y alcanzar el éxito. Allí está la verdadera recompensa. El esfuerzo que invertimos es lo que nos da bendiciones aunque fracasemos en el camino. De hecho, fallar una o dos veces (¡o más!) nos da más satisfacción cuando finalmente alcanzamos nuestra meta. El viaje hace que el resultado final se sienta más gratificante.
La Kabbalah enseña que sin trabajo arduo rara vez somos recompensados; tenemos que ganarnos nuestras bendiciones. El camino hacia la transformación es accidentado por naturaleza y está lleno de desvíos, contratiempos inesperados y obstáculos. A veces podríamos sentir que nuestro viaje nos aleja de nuestras metas, nos podríamos sentir perdidos o como si nuestros intentos fuesen inútiles.
Tal y como Michael Berg explica: “Nuestro propósito en este mundo es alcanzar la unidad con el Creador a través del trabajo espiritual usando las herramientas de la Kabbalah que han sido puestas a nuestra disposición. No hay un atajo, ni debemos añorar uno. La plenitud espiritual no puede ser un regalo. Debemos ganarla, debemos trabajar por ella”.
La experiencia, buena o mala, es tu trabajo espiritual y es lo que hace que al final el esfuerzo valga la pena, porque a través de esta experiencia nos conectamos con el Creador.
El trabajo espiritual es difícil e incómodo y, si pudiéramos obtener lo que queremos sin hacer ese trabajo, la mayoría del tiempo evitaríamos hacerlo. Pero, espiritualmente hablando, no obtienes algo a cambio de nada. El Centro de Kabbalah enseña que el trabajo que estamos destinados a hacer en nuestra vida es compartir más de lo que es fácil o conveniente. ¿Qué significa esto? Simple: si compartir no requiere de esfuerzo o no te incomoda, entonces no estás haciendo el trabajo. Si sólo tienes diez minutos libres, da veinte. Si alguien te pide algo de dinero, dale lo que tengas. Si sólo tienes un pequeño sándwich para el almuerzo, divídelo en dos y compártelo con alguien que haya olvidado su almuerzo en casa.
Es fácil esperar y recibir, pero enviar energía al exterior requiere de conciencia. Hay muchas vías por las cuales se puede compartir, por ejemplo: a través de nuestro trabajo comunitario, nuestra carrera o nuestro círculo de amigos y familia. Sin importar qué tan pequeña sea la acción, una acción desinteresada es un aporte para el mundo, lo que nos hace avanzar en nuestro viaje espiritual hacia la transformación.
Por supuesto, podemos alcanzar éxito material al obrar desde un Deseo de Recibir para Nosotros Mismos. Sin embargo, este tipo de éxito suele ser temporal y lleva a dolor y arrepentimiento. Debemos recordar que cada desafío que enfrentamos en la vida es una oportunidad para crecer espiritualmente y fortalecer nuestra conexión con el Creador. Evita tomar la salida fácil, comprométete con la vida aun cuando sea incómodo o tengas que trabajar.
Al final, las bendiciones no garantizan plenitud, sólo el trabajo espiritual puede hacerlo. Cuando hacemos el trabajo, sentimos como si ganásemos nuestras bendiciones y, en consecuencia, hay mayor probabilidad de sentirnos plenos. El trabajo lo vale.