Este artículo fue publicado originalmente en 2017.
“Las palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado.
Las palabras del próximo año esperan otra voz.
Terminar es crear un comienzo”. - T. S. Eliot
Según el calendario kabbalístico, esta es la semana en la que nos encontramos nuevamente en el inicio de la Torá. Somos cálidamente recibidos por una ola de energía fresca para la renovación, el rejuvenecimiento y el cambio.
Y aún en medio de la novedad, recordemos que la naturaleza de la vida es la conexión total, como el símbolo del infinito o un círculo. En nuestro cuerpo finito tenemos límites definidos, finales y nuevos comienzos, altibajos; pero la realidad es que todo está en continuidad energética. Tal y como la primera ley de la termodinámica dice, la energía no se destruye, sólo se transforma. El mundo y todo lo que está en él puede ser totalmente diferente hoy con respecto a hace veinte o diez años o de cómo será en veinte o cuarenta años, pero, de todos modos, esa Fuerza de Vida particular aún existe. Incluso en la muerte, no hay separación. El alma es sempiterna.
Suelo escuchar que la gente pregunta: “¿Por qué necesito cambiar? ¿No puedo hacerlo la próxima vez? ¿Por qué necesito pensar en cuidar, compartir o contribuir con el mundo ahora?”.
La respuesta, según los escritos kabbalísticos, es que sí, puede que regreses nuevamente, pero es mejor no contar con eso porque es posible que reencarnes en otra forma; con pelaje y cuatro patas, por ejemplo.
No lo digo por ser aguafiestas, sino porque estamos pasando una página en nuestra vida, tanto individual como colectivamente. Nos interesa escribir nuestro nuevo capítulo para que sea distinto al anterior. Queremos aprovechar al máximo el increíble año entrante para progresar en nuestro propósito en este mundo. Para ello se necesita voluntad para aceptar nuestra evolución, descubrir cómo podemos estar más alineados con nuestro Verdadero Ser y hacer una introspección para ver qué podemos modificar a fin de avanzar.
Como seres humanos que somos, tenemos el regalo de decidir cómo se desarrollará nuestra historia. Del mismo modo en el que un árbol se queda sin hojas en invierno y en primavera produce frutos, flores y hojas, nuestra vida también se desarrolla en ciclos. En cada uno, recibimos oportunidades para desarrollar nuestra naturaleza espiritual al transformar lo negativo en positivo, convirtiendo nuestros aspectos difíciles en Luz que beneficie a los demás.
Especialmente en estos tiempos, cuando todos hablan de cambio mundial. Y, de hecho, nosotros (la humanidad) somos los únicos que podemos provocarlo. No tenemos que cambiar todos los malos hábitos de una sola vez. Siempre digo que la mejor manera de realizar cambios es poco a poco, uno por uno, experiencia por experiencia, con una mente consciente y un corazón despierto. De ese modo, podemos cuidar el jardín de nuestro ser espiritual y florecer en modo tal de que estemos más cerca de la persona que estamos destinados a ser.