Los kabbalistas explican que hay tres maneras de conectarnos con las almas justas que dejaron este mundo y atraer su Luz: visitar su lugar de reposo, leer sus palabras de sabiduría o leer historias acerca de ellos. Con cada historia que leemos no solo atraemos la Luz que estas almas justas revelaron, sino también el regalo de la lección enseñada por el kabbalista.
Hace cientos de años, en una pequeña aldea cerca de Cracovia, Polonia, vivía un hombre llamado Yosele el Avaro. Él era la persona más tacaña de toda Polonia, quizá hasta de toda Europa. Tenía una fortuna inconmensurable, pero solía ahuyentar a las personas pobres de su propiedad; les escupía en la cara y les tiraba la puerta. Era profundamente odiado por toda la comunidad, tanto así que, cuando él murió, ni siquiera lo sepultaron apropiadamente. Arrojaron su cuerpo por encima de la cerca del cementerio y lo dejaron para los buitres. Un hombre como él no merecía una sepultura digna.
Varios días después de su muerte, todos los pobres de las aldeas circundantes acudieron al líder con una queja. Cada viernes, desde que tenían memoria, recibían un sobre anónimo con la cantidad exacta de dinero que necesitaban para Shabat; pero esta semana no recibieron nada. ¿Cómo habrían se prepararían para Shabat ahora? ¿Qué debían hacer para conectarse con esta energía santa si no podían cubrir los gastos de la comida?
No tomó mucho tiempo para que todos se diesen cuenta de que Yosele el Avaro era el remitente anónimo de los sobres. Él quería asegurarse de que nadie se enterase. No buscaba reconocimiento ni tenía segundas intenciones. Su compartir era cien por ciento real y no le importaba lo que opinara la gente. Solo este hecho le permitió a su alma trascender a grandes alturas.
Desde luego, posteriormente se le ofreció una sepultura digna, pero incluso su tumba es modesta y difícil de hallar en el antiguo cementerio de Cracovia. Aun después de la muerte, no deseaba reconocimiento.
No tenemos que condenarnos a vivir en el ostracismo, pero quizá todos podríamos analizar cómo compartimos y cuán a menudo buscamos a ver si alguien nos está observado. Quizá la próxima vez que queramos aceptar el crédito de algo, nos mordamos la lengua. Tal y como dice el Zóhar en Qui Tisá: “Las bendiciones solo pueden descansar en un lugar oculto a los ojos”.
Que el mérito de Yosele el Avaro Santo despierte nuestro deseo de dar a quienes lo necesitan y de reducir la voz del ego que quiere reconocimiento en el proceso.