Aquí en Nueva York, el American Museum of Natural History presentó recientemente una exposición llamada “Extintos y en peligro de extinción”. En ella, cuarenta fotografías hechas por Levon Biss muestran insectos poco comunes en ultra alta resolución sobre un fondo negro mate. El espacio detrás de cada foto (el fondo oscuro y el amplio espacio en las paredes de los pasillos) enfatiza detalles como la elegante vieira de las alas de una mariposa, los diminutos pelos en el abdomen de un avispón o el brillo metálico del caparazón de un escarabajo. Esto se debe a que en esta exposición, como en la vida, eliminar el ruido de fondo amplifica lo esencial.
El caricaturista Scott McCloud ha creado todo un modelo que muestra esta filosofía. Para él, la “amplificación a través de la simplificación” significa despojar una imagen de su fondo hasta que quede lo esencial para amplificar su significado. Muchas prácticas zen también siguen este pensamiento, entre ellas el ikebana tradicional, que es el arte japonés de los arreglos florales. En el ikebana, hasta una sola rama sin hojas tiene un gran valor artístico y merece ser destacada. En lugar de llenar un jarrón con flores, esta tradición enfatiza la estructura y la belleza a través del minimalismo.
Entonces, ¿cómo podemos beneficiarnos de la idea de la amplificación a través de la simplificación en nuestra propia vida?
Desde una perspectiva kabbalística, el exceso de desorden —físico y mental— es una forma de caos. En su libro Taming Chaos [Dominar el caos], Rav Berg señaló cómo el caos puede hacernos tropezar al obstruir la Luz del Creador e impedir que veamos nuestra vida con claridad. Él escribió: “Hemos sido programados para creer que nuestros asuntos son demasiado complejos para ser resueltos con soluciones fáciles y simples; estamos predispuestos a no creer en la simplicidad. Que esa duda sea desterrada ahora”.
Todos podemos estar de acuerdo en que vivimos en una época de gran caos. El “ruido” de la vida moderna es excepcionalmente fuerte en este momento, quizá más que en cualquier otro momento de la historia, gracias a las redes sociales y a un ciclo de noticias de 24 horas. Sí, es importante mantenerse informado y prestar atención al mundo que nos rodea, pero solo hasta cierto punto. Es absolutamente necesario que silenciemos el ruido para poder ver cuál es la mejor manera de servir, porque con tanto en qué enfocarnos en un momento dado, nos perdemos la claridad de nuestra propia voz interior. Al simplificar, aclaramos.
Esta idea de simplificación y aclaración se hizo nueva para mí recientemente mientras escuchaba una entrevista con Malcolm Gladwell en el pódcast Ten Percent Happier de Dan Harris. El episodio no se trataba de simplificar nuestra vida o del desorden, sino de la bondad y el sacrificio verdadero. Habló de ambos, pero fue este estudio que compartió el que me conmovió profundamente: el Experimento de Inanición de Minnesota y fue exactamente como suena. Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, muchas personas en las regiones devastadas por la guerra sufrían de hambre, y los médicos estaban preocupados por cómo ayudar a que estas personas recuperaran la salud después de la guerra. No tenían idea de cómo rehabilitar adecuadamente a alguien después de una desnutrición extrema.
Entra en escena un grupo de hombres profundamente religiosos que se negaron a ir a la guerra debido a su fe. Estaban muy en contra de la violencia, pero encontraron una manera de ser útiles al elegir participar en este estudio. Todos aceptaron pasar hambre durante un período de meses y luego rehabilitarse para que sus cuerpos pudieran ser estudiados y los investigadores médicos de la Universidad de Minnesota pudieran aprender cómo salvar las vidas de miles de personas hambrientas. Sus cuerpos, así como su salud psicológica, sufrieron una presión increíble. Si bien el estudio en sí mismo fue increíblemente exitoso, estos hombres lucharon con síntomas físicos y emocionales por el resto de sus vidas. Sufrieron tremendamente —de cosas como insomnio, problemas digestivos, problemas óseos, depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático, pensamientos suicidas— y al salir del estudio, tuvieron que ser ayudados por la universidad para encontrar trabajo porque no solo estaban demasiado débiles para hacer cualquier tipo de trabajo físico, sino que su ambición y deseo de continuar eran casi inexistentes.
Sesenta años después del experimento, 18 de los 40 participantes seguían vivos y accedieron a ser entrevistados. Hablaron ampliamente sobre sus experiencias, y muchos de sus recuerdos seguían siendo muy vívidos. Cada uno compartió sus propias luchas individuales durante y después del experimento, y recordaron cosas como una obsesión desenfrenada con la comida que consumió sus vidas. Detallaron efectos físicos como anemia, edemas, huesos protuberantes y problemas cutáneos, y recordaron caminar junto a su compañero asignado todos los días (se implementó un sistema de acompañantes para ayudarlos a evitar romper la dieta cada vez que salían del campus universitario).
Un estudio como este nunca podría realizarse hoy en día, ya que rompe demasiados parámetros éticos vigentes.
¿Y quién aceptaría semejante nivel de sacrificio? Al igual que Gladwell reflexiona en el episodio del pódcast, también me pregunté: ¿En qué momento el sacrificio se nos hizo tan incómodo?
Quizás te preguntes qué tiene que ver esto con simplificar, y la respuesta se puede encontrar dentro de ese grupo de 40 hombres. Su fe hizo imposible que participaran en la guerra como soldados, pero querían contribuir, y el estudio les dio una forma de ser útiles sin violar sus creencias. A pesar de su enorme agonía y dificultades, cada uno de los hombres estaba orgulloso de su contribución. De hecho, expresaron que sus horizontes morales se habían expandido tanto como resultado que, sinceramente, lo consideran como una de las mejores experiencias de sus vidas.
Todos dijeron que lo volverían a hacer sin dudarlo.
Cuando eliminamos el ruido, las respuestas son claras. Grandes poblaciones estaban en extrema necesidad, y estos hombres querían ser parte de la solución a tales necesidades. Así de simple.
La palabra sacrificio podría traer a colación una gran cantidad de asociaciones despectivas. Aún así, se define como “un acto de renunciar a algo valioso en aras de otra cosa que se considera más importante o digna”. No debemos sacrificar mucho todos los días, especialmente a un costo tan alto para nuestro bienestar, pero esta noción de renunciar a algo que valoramos por el bien común es la raíz de la generosidad y la bondad. Los pequeños actos de sacrificio en aras de la bondad pueden tener un impacto igual de significativo, y todos somos capaces de ello.
¿Dónde está el ruido de fondo en tu vida?
¿Dónde hay que dominar el caos?
¿Cómo se puede ordenar el desorden?
La respuesta podría encontrarse en tu próximo acto de pura bondad. Cuando buscas formas de servir, encontrarás que todo se vuelve más simple.