Dondequiera que veamos, las decoraciones festivas cuelgan de las puertas y las copas de los árboles, las vidrieras de las tiendas y vallas publicitarias, y las melodías navideñas llenan las ondas de radio o suenan en los cafés y almacenes locales. Es casi imposible no dejarse llevar por el regocijo, ¡y debemos celebrarlo! Después de todo, la celebración es la expresión más significativa de nuestra alegría y gratitud, y la energía perfecta para dar la bienvenida a Janucá.
Janucá es una apertura cósmica, un portal que se abre durante ocho días, donde la “Luz oculta” se revela y está disponible para todos nosotros. Sin importar las palabras negativas que hayamos dicho o las acciones que hayamos realizado, cuando encendemos las velas de Janucá esa Luz brilla en nuestras almas y quema cualquier negatividad. Si inconscientemente mantenemos una conciencia negativa —cada vez que permitimos que los prejuicios, la duda y el miedo entren en nuestra experiencia—, impedimos que gran parte de la bondad llegue a nosotros. Los ocho días de Janucá nos traen una gran Luz, pero también sirven para recordarnos que no hay mayor árbitro de milagros que una conciencia cambiada.
De hecho, hay una parábola que ilustra maravillosamente este aspecto particular de Janucá.
Había una vez un gran kabbalista que pedía a las personas que acudían a él con sus problemas que escribieran sus nombres y las dificultades que enfrentaban en un papel. El sabio entonces meditaba sobre lo que habían escrito.
Un día, un hombre se acercó al kabbalista con dos hojas de papel: uno era suyo y el otro era de su amigo. Primero, le entregó su papel, luego el de su amigo, que el kabbalista miró y dijo: “Veo que el alma de este hombre está brillando con una asombrosa Luz”. Meditó en el nombre del amigo y oró por él.
Unos meses más tarde, el mismo hombre regresó al kabbalista. Una vez más, le entregó al kabbalista su nombre y el de su amigo para que el kabbalista orara y meditara. Pero esta vez, cuando el kabbalista miró el nombre del amigo, se quedó atónito. “Esta persona debe necesitar oración. Tiene mucha negatividad a su alrededor”.
El hombre estaba perplejo. “Estoy muy confundido. Hace unos meses, le di el mismo nombre, y me dijo que su alma brillaba con una Luz enorme. Ahora usted me dice que es una persona negativa. ¿Cómo es esto posible?”.
El kabbalista pensó por unos momentos y dijo: “Entiendo lo que sucedió. Hace unos meses, cuando usted llegó por primera vez con el nombre de esa persona, él estaba encendiendo las velas de Janucá. Cuando una persona enciende las velas en Janucá, no importa cuán negativa sea y no importa cuántas acciones negativas haya realizado, la Luz de Janucá brilla en su alma. Su amigo no debe haber continuado su conexión con la Luz cuando Janucá terminó. Él abandonó, y esa negatividad ha vuelto”.
Janucá es sinónimo de milagros, y tenemos asignados ocho días para revelarlos, pero no es solo Janucá lo que los provoca. Esta parábola nos recuerda que somos cocreadores con la Luz. No es suficiente tan solo observar Janucá y encender las velas cada noche, tenemos que encarnar la energía de los milagros a fin de que se produzcan.
Pero ¿qué es un milagro? ¿Y cómo entendemos y clasificamos lo que es un milagro? Según el Diccionario de la Real Academia, un milagro es un “hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino”. Dicho de otra manera, es un evento, desarrollo o logro altamente improbable o extraordinario. Estas definiciones pueden traer a la mente experiencias cercanas a la muerte, ganar la lotería u otro giro épico del destino, pero algunos de los milagros que vivimos a diario son igual de inspiradores cuando los miramos de nuevas maneras.
Albert Einstein dijo que solo hay dos formas de vivir nuestra vida; una es como si nada fuera un milagro, y la otra es como si todo fuera un milagro.
Parte de nuestro problema es que queremos entender todo en la vida; queremos todas las respuestas y, con mucha frecuencia, dudamos cuando ocurre un milagro porque está fuera de nuestro ámbito de la lógica. ¡Pero eso es justo lo que necesitamos para crear milagros! Necesitamos creer en lo “imposible” para que nuestra visión del mundo cambie. Cuando imaginamos posibilidades infinitas, entramos en una perspectiva de milagros. Al ir más allá de lo que creemos que tiene sentido mientras apreciamos el milagro de la vida cotidiana, los milagros sobreabundarán en nuestra vida.
El propósito de crear milagros en las vidas de todos no es por el simple hecho del milagro; es por nuestro bien para que seamos capaces de despertar nuestra certeza y convertirnos en un canal para lo milagroso. Cuanto más podamos revelar milagros, no solo para nosotros sino para el mundo en general, más plenas será nuestra vida. Cuanto más plenos estemos, más Luz podremos compartir con todos en nuestra vida, creando así un efecto dominó de positividad. Citando de nuevo a Albert Einstein, solo una vida dedicada a los demás merece ser vivida.
Si podemos comprometernos a fortalecer y transformar nuestra conciencia todos los días, así es como tendremos una vida verdaderamente plena. El regalo de Janucá es que es la única festividad en la que no tenemos ningún trabajo que hacer. Tan solo encendemos las velas para atraer todas las bendiciones y milagros que deseamos para el resto del año. Pero si podemos acompañar una conciencia de milagros con la Luz de Janucá y un deseo de compartir, estaremos iluminándonos el camino los unos a los otros.