“Dios nos creó para amar y ser amados; ese es el inicio de la oración, saber que Él me ama y que fui creada para grandes cosas” –Madre Teresa
Las personas que han producido mayor impacto en el mundo son aquellas que han dado amor sin motivos ulteriores. Sólo hay dos tipos de amor: amor egoísta y amor incondicional. Las personas que aman de manera incondicional hacen la diferencia en la vida de quienes los rodean, la Madre Teresa fue una de éstas. Ella ya había hecho sus votos solemnes como monja y trabajaba como directora de una escuela de sólo niñas en Calcuta cuando sintió el llamado a trabajar con “los no deseados, los no amados, aquellos de los que nadie se ocupa”.
Después de sólo seis meses de entrenamiento médico, se sumergió en las zonas marginales de la ciudad para trabajar con los más pobres. Su única meta era ayudar a otros.
La Madre Teresa comenzó a hacer la diferencia en la comunidad organizando una escuela al aire libre y estableciendo un hogar para los indigentes moribundos. Poco después, fundó Misioneras de la Caridad, una organización que comenzó con sólo 12 miembros y creció hasta tener más de 4000 y presencia en 123 países. Continuó trabajando por más de cuatro décadas ayudando a los demás. El amor que ella tenía por la humanidad es rara vez igualado.
El amor egoísta es cuando una persona espera ganar algo de la relación, aun cuando ese algo es amor. Por el contrario, el amor incondicional no se trata de poder, abundancia o prestigio, sino sobre amar la esencia de alguien, amarlos simplemente porque están vivos. El amor incondicional es algo que muestras con tu comportamiento y tus acciones, significa nunca esperar más que recibir respeto.
Nuestro trabajo espiritual en esta vida es expandir nuestra capacidad de amar a otros. Aunque muy pocos de nosotros podamos o vayamos a llegar al nivel de la Madre Teresa, los kabbalistas enseñan que nuestro trabajo es abrir nuestro corazón y compartir nuestros dones con el mundo, dar amor incondicional. ¿Cómo sabemos si alcanzamos ese nivel de amor?
Cuando nos preocupamos por los demás de manera tan profunda que deseamos compartir con ellos sin esperar nada a cambio, en ese momento amamos incondicionalmente. La plenitud que encontramos en la vida y las bendiciones que vienen a nosotros se relacionan directamente con qué tan intensamente estamos desarrollando nuestro amor incondicional por los demás.
Cuando notamos que nuestro amor por los demás no se está incrementando a pesar de las conexiones espirituales que hacemos y los actos de bondad que realizamos, no nos estamos conectando con la Luz del Creador. Este es el momento de reevaluar nuestro corazón. La mayoría de nosotros cree que somos personas que aman y comparten. Es fácil amar incondicionalmente a nuestra familia y amigos, pero la prueba final de nuestro crecimiento espiritual es si podemos expandir ese amor hacia extraños, tal y como lo hizo tan fervientemente la Madre Teresa.
Cuando comenzamos a interesarnos realmente por la humanidad completa, alcanzamos el máximo nivel de amor. Karen Berg dice, “Este es el obsequio de amor incondicional y sólo podremos recibirlo cuando seamos capaces de darlo. Este es el mejor tipo de amor que el Creador tiene para nosotros”.
Debemos preguntarnos constantemente, ¿está en constante crecimiento mi amor por personas que no tienen nada para darme a cambio? Cuando lo está, abrimos un canal de amor que fluye hacia el mundo. Así es como hacemos del mundo un lugar mejor. Cada uno de nosotros tiene el potencial de abrir un canal de amor en este mundo al despertar nuestro amor por otros y por la humanidad.