Eleanor Roosevelt dijo una vez: "Si una madre pudiera pedirle a un hada madrina que dotara [a su hijo] con el don más útil, ese don sería la curiosidad". No el conocimiento, ni la habilidad, ¡sino la curiosidad!
Sin embargo, la curiosidad es algo que ya tenemos desde el momento en que llegamos al mundo. Es el deseo de revelar algo más —o algo nuevo— lo que nos impulsa a crecer. Los niños pequeños lo prueban todo, sin importar las consecuencias (¿Lámparas rotas? ¿Dedos quemados? La mayoría de nosotros, al igual que nuestros hijos, ¡lo hemos hecho todo!).
Pero, con demasiada frecuencia, llegamos a un punto en el que nos limitamos a aceptar lo que creemos que hemos aprendido —o lo que vemos delante de nosotros— como la verdad establecida e inamovible: Siempre ha sido (o se ha hecho) así, y así ES. La cuestión es que la vida nunca se mantiene inmóvil, y hasta las "verdades" tienen matices y a veces son subjetivas. Es por ello que tenemos que cuestionarnos más las cosas. Poner a prueba nuestra imaginación. La curiosidad puede ayudarnos a movernos de donde estamos ahora a nuestro siguiente nivel del ser. Tal y como dijo Karen Berg: "Nacemos para crecer y manifestar todo lo que estamos destinados a hacer". ¡Y la curiosidad es parte de lo que puede hacerlo posible!
En su libro Radical Curiosity [Curiosidad radical], Seth Goldenberg explica cómo parte de ser profundamente curioso es atreverse lo suficiente como para deconstruir lo que ya sabemos a fin de poder construirlo de nuevo. La famosa leyenda del jazz Miles Davis deconstruyó muchos géneros musicales diferentes para crear su propio sonido característico. Elon Musk deconstruyó la comprensión actual de la física para crear un nuevo tipo de batería de automóvil. A veces tenemos que deshacer (o desaprender o repensar) las viejas costumbres antes de poder construir algo más novedoso y mejor. En la curiosidad está implícita la voluntad de sustituir lo que es por lo que podría ser.
Y así es como podemos usar la curiosidad para ayudarnos también en nuestro crecimiento interior. Albert Einstein dijo que, si le dieran exactamente una hora para resolver un problema con su vida en juego, pasaría los primeros 55 minutos ideando la pregunta correcta. "Una vez que tuviera la pregunta correcta", decía, "podría responderla fácilmente en cinco minutos". Pero, ¿cómo llegamos a esas preguntas que nos revelarán las respuestas más útiles?
La pregunta "correcta" es la que nos guía hacia una visión más clara de nuestras propias motivaciones, necesidades y deseos. Por ejemplo, si hay algún área en tu vida que se sienta estancada o confusa, pregúntate dónde está el origen. Sé específico en tu formulación, por ejemplo: ¿Por qué ignoro a fulanito y evito devolverle la llamada? Puede que descubras que no tiene nada que ver con esa persona, sino con tu necesidad de proteger tu tiempo. O puede que SÍ tenga que ver con esa persona: quizá tiende a la negatividad y tú eres un empático que lo absorbe todo. Al "deconstruir" lo que está ocurriendo, empezamos a despejar el espacio para nuevas formas de actuar y de ser.
Lo mismo ocurre cuando la curiosidad nos impide hacer suposiciones sobre los demás. David Foster Wallace cuenta la historia de una cajera de banco torpe y aparentemente inepta que estaba creando a una larga fila de clientes impacientes. Algunos se mostraban furiosos cuando, en voz baja, salió el director y pidió disculpas a los que esperaban. Explicó que esa cajera acababa de enterarse de que toda su familia había sufrido un terrible accidente automovilístico y estaba siendo trasladada de emergencia al hospital. ¿El sentido de esta historia? En lugar de sacar conclusiones precipitadas cuando no sabemos por qué alguien dice o hace algo, podemos recurrir a nuestra curiosidad para que nos ayude a detenernos y replantear nuestra perspectiva. En lugar de alimentar nuestras suposiciones, podemos preguntarnos: ¿Qué está pasando aquí que yo desconozca? Entonces, aunque no estemos en posición de averiguarlo, habremos creado un espacio para dar el beneficio de la duda.
La curiosidad es transformadora. Nos llama a ser libres, asumir riesgos, abrirnos y abrir nuestra mente al aire fresco de la posibilidad. Rav Berg reflexionó sobre el hecho de que demasiadas personas caen en rutinas aburridas: desayunan lo mismo, toman los mismos caminos para ir al trabajo, van al mismo sitio a comer, etc. lo que, según él, es como "vivir el mismo día durante 70 años". En cambio, él nos animaba a seguir moviéndonos, creciendo y explorando, para que podamos "vivir un día como si fuesen 70 años". Según cuenta, al mantenernos curiosos y activos, podemos alargar nuestros días y vivir bien hasta pasar los mil años, ¿verdad?
Esta semana, mira más allá de lo que crees que sabes. ¡Y no tengas miedo de desafiar el statu quo!
Recuerdo que salía a correr todos los días durante una estadía en Waikiki hace algunos años. Como todo me parecía tan nuevo y emocionante, cambiaba de ruta y me preguntaba qué podría descubrir en esa curva o en ese nuevo tramo de la costa. Un día, la playa estaba abarrotada por una competencia de surf. Así que me desvié del bullicio y me dirigí a una calle tranquila, donde me encontré con unos lugareños que corrían juntos. Mi curiosidad me llevó a seguirlos… y en poco tiempo me encontraba en la base del Diamond Head, ¡un pintoresco volcán que lleva inactivo unos 150.000 años! RECIÉN acababa de leer sobre ese lugar y tenía la esperanza de llegar allí. Y sorprendentemente, gracias a mi curiosidad, ¡allí estaba!
Algunos dicen que la curiosidad es un juego de niños, que tenemos que crecer y ser "adultos". Pues bien, yo vengo a decir lo contrario: ¡tenemos que desarrollar nuestra curiosidad! Al hacerlo, ayudaremos a liberar nuestro máximo potencial. Hay una magia que se produce cuando nos permitimos preguntar más… imaginar más… jugar más. Atrevernos más. Podemos tomar otros caminos y dejar de lado nuestras suposiciones.
Así que en lugar de preguntarte: ¿Qué debería hacer hoy?, pregúntate: ¿Qué es POSIBLE para mí hoy?
Y a partir de ahí, ¡permite que tu hada madrina se ponga a trabajar!