Este artículo fue publicado originalmente en 2018.
El poeta Tagore escribió: “La muerte no es extinguir la luz; es tan solo apagar la lámpara porque llegó el amanecer”. Mi esposo, Rav Berg, solía enseñar que la muerte es la ilusión más grande de todas, que descubriremos que es simplemente cruzar otra puerta. La importancia de la muerte es indiscutible. Perder a alguien que amamos es uno de los dolores más grandes de la vida, pero tengo la esperanza de que, con la sabiduría de la espiritualidad y la Luz del Creador, podamos ayudar a superar dicho dolor. Tal y como los kabbalistas han predicho a lo largo de la historia, llegará un día en el que la muerte no existirá, será eliminada, desaparecerá de nuestro entorno. Pero ¿acaso la naturaleza no nos está dando indicios de esto? Cuando las hojas mueren y caen al suelo en el otoño, ¿no aparecen unas nuevas en la siguiente primavera? ¿Acaso no vemos a nuestros seres queridos que ya partieron en los ojos de nuestros hijos? Yo considero que la muerte no existe porque la energía nunca muere, solo cambia de forma. Nuestra alma continúa, aunque el cuerpo quizá no lo haga. El alma continúa hacia otras encarnaciones, transforma su ser en nuevas vasijas. Al igual que el agua se convierte en vapor, todo cambia de forma. Nunca le decimos adiós a nada en realidad, simplemente cruzamos una nueva puerta, tal y como nos enseñó el Rav. Esta semana podemos vislumbrar lo inmortal, tocar el sin fin donde la muerte no existe. Somos revitalizados, renovados y resucitados física y espiritualmente. Estamos vivos cuando somos un ser en transición, y esta semana entendemos este profundo secreto.
“La muerte es la más grande ilusión de todas”.
Nuestra guía y sabiduría de la semana es la porción de Jayéi Sará o la Vida de Sará. Es la historia del fallecimiento de la esposa de Avraham y del descubrimiento del alma gemela de su hijo Yitsjak. Sará vivió 127 años. Cada año de la vida de Sará estuvo lleno de la Luz del Creador. Se dice que luego reencarnó como la Reina Ester, que gobernó 127 naciones. Avraham y Sará eran almas gemelas, ambos eran profetas; aunque está escrito que Sará era incluso mejor profeta que Avraham. Sará era tan justa que hasta los ángeles estaban a sus órdenes. ¿Una presencia tan grande como ella pudo haberse apagado tan fácilmente como una vela que es soplada? La respuesta es no. Sará siguió viviendo aun después de su muerte. Después de que Avraham sepultó a Sará, pidió a su siervo que viajara para conseguir el alma gemela de su hijo Yitsjak. El siervo viajó al lugar donde Avraham había profetizado que estaría el alma gemela de Yitsjak, la encontró y regresó con ella. Su nombre era Rivká. Cuando Yitsjak la conoció, la llevó a la tienda de su madre y, desde que entró, el lugar se llenó de Luz. Cuando Sará murió, la Luz en su hogar se había apagado, pero cuando Rivká se unió a Yitsjak, la Luz reapareció. “Entonces Yitsjak la trajo a la tienda de Sará, su madre, y tomó a Rivká y ella fue su mujer, y la amó. Así se consoló Yitsjak después de la muerte de su madre”. Aquí la Torá nos enseña sobre la transición de la energía y la continuidad de la vida. Yitsjak fue consolado como si su madre estuviese viva de nuevo, y en efecto lo estaba. Su energía regresó y, después de todo, la energía de algo es aquello con lo que nos conectamos. Amamos la fisicalidad de una persona, pero amamos mucho más su energía; ya que somos más energía que materia. Jayéi Sará nos permite ver nuestra inmortalidad y ser reconfortados por la infinitud de la vida, aun cuando parezca lo contrario.
Tenemos la porción de Jayéi Sará para infundir en nosotros la sabiduría necesaria y la valentía para creer en el gran mundo que está justo por encima del nuestro. Cuando pasamos a mejor vida, entramos en un plano mucho más grande que el terrestre. Somos pequeñas lámparas en comparación con la magnitud del resplandor del Creador. En realidad, nunca necesitamos decir adiós a nadie ni a nada. La energía no deja de existir, consigue otra vasija en la cual permanecer. Podemos ver a nuestros abuelos en los ojos de nuestros hijos del mismo modo en el que vemos nuevas plantas que florecen cada primavera. El amor que experimentamos nunca muere y nunca tendremos que despedirnos de él. Podemos encontrarlo nuevamente en el corazón de nuestros amigos, nuestros hijos o en la luz de un nuevo amanecer. Cuando dejamos este mundo, regresamos a la gran fuente de energía en donde somos capaces de brillar aún más de lo que podíamos en la tierra. Cuando Rav Brandwein, maestro de Rav Berg, dejó este mundo, Rav Berg ciertamente sintió mucha tristeza al principio. Pero poco tiempo después entendió que ahora Rav Brandwein lo estaba ayudando aún más de lo que hubiese podido ayudarlo en este mundo.
“Cuando partimos, entramos a una realidad muchísimo más grande que la que vivimos en la Tierra”.
En tu meditación de esta semana, dirígete a una noche tranquila y silenciosa al pie de una montaña. Es el momento justo antes del amanecer y has tenido a tu lado durante toda la noche la calidez y la luz de una hermosa lámpara. La lámpara ilumina tu área y mantiene al manto de la noche al margen. La lámpara brilla intensamente, resplandece como un diamante. Justo en ese momento, en la distancia, comienzas a ver al sol que se asoma en el horizonte. Llega el amanecer y la luz comienza a brillar a lo largo del paisaje, hace que los árboles centelleen y las montañas resplandezcan. En cada momento, la luz del sol se fortalece y provoca una brillante y fresca mañana. Las aves comienzan a cantar y sientes una alegría indescriptible, sabes que vives un nuevo día lleno de nuevas posibilidades y bendiciones. Entonces, sin dudarlo, apagas la lámpara. La luz de la mañana brilla a través del vidrio de la lámpara, hace que brille aún con más esplendor que durante toda la noche.