Para hallar algunas de las verdades más profundas, a veces no hace falta buscar más allá de un clásico cuento infantil. ¿Recuerdas la fábula de la tortuga y la liebre? En la historia de Esopo, la liebre ridiculizaba a la tortuga por ser lenta, así que la tortuga la desafió a una carrera y ganó. Desde luego la liebre tenía el “talento natural” (¡esas piernas! ¡esas zancadas!). Pero debido a que la tortuga hizo el trabajo con agrado y se mantuvo concentrada en su objetivo, pudo opacar ese talento con la acción. Y no olvidemos a La pequeña locomotora que sí pudo, que escaló una desalentadora pista montañosa, y no solo porque creyera en sí misma (“creo que puedo” siempre es útil, pero hay más…). Siguió avanzando con una sonrisa en su rostro de motor y sus ojos de chimenea en la cima, y así lo consiguió.
El trabajo duro es más que un acto físico o mental: es una búsqueda espiritual. La Kabbalah enseña que solo las cosas en las que invertimos tiempo y energía nos devolverán plenamente las bendiciones. En términos simples, estamos más alineados con el Creador cuando nos ganamos lo que recibimos. Esto es porque la naturaleza del Creador es dar. Y puesto que estamos hechos a imagen del Creador, nosotros también tenemos la misma inclinación. Cuando trabajamos duro, recibimos algún tipo de compensación; ya sea un pago, un trabajo terminado o un producto. No obstante, cuando recibimos sin esfuerzo, nos arriesgamos a experimentar lo que los kabbalistas llaman “el pan de la vergüenza”.
A nuestra hija Abigail le encanta la canción Blood, Sweat, and Tears de la banda sonora de Leap. Hace unos años, le pregunté si sabía qué significaba el título de la canción, y no lo sabía. Así que le expliqué que se refiere a dar siempre lo mejor de nosotros mismos y a esforzarnos al máximo, por muy difícil que algo parezca. Implica no rendirse nunca. Era una metáfora oportuna para una niña que casualmente estaba aprendiendo a montar en bicicleta de dos ruedas en ese momento. (Ya sabes, unas cuantas rodillas raspadas, una dosis de frustración… ¡pero siempre hacíamos hincapié en la parte de volver a levantarse como la clave del éxito!) De todos modos, después de mi explicación de la canción, Abigail preguntó: “¿Y si la sangre, el sudor y las lágrimas ocurren al mismo tiempo?”. Ella estaba muy preocupada por toda esa pérdida de líquido a la vez, lo que me pareció adorable. Pero la verdad es que, si esa experiencia desastrosa ocurriera, pues entonces nos curaríamos las heridas, nos ducharíamos y —salvo que hubiera lesiones graves— correcto: ¡nos levantaríamos y seguiríamos adelante!
De hecho, los kabbalistas enseñan que enfrentarse a algún tipo de oposición es el mayor indicador de que estamos haciendo algo que merece la pena, incluso si no implica la necesidad de una intervención médica (¡o de muchas toallas!). Porque si estamos haciendo algo que se siente difícil o hay oposición, significa que estamos accediendo a un elemento necesario para nuestro crecimiento o mejora. Nada que merezca la pena resulta demasiado fácil.
A veces olvidamos esto. Observamos a personas exitosas y asumimos que lo que tienen ahora les llegó por arte de magia. No nos damos cuenta de que esto dista mucho de ser así. Por ejemplo, el golfista Tiger Woods golpea al menos mil bolas después de cada ronda en los torneos mayores de golf. La esquiadora Lindsey Vonn pasa una media de ocho horas al día en el gimnasio. Y en casi todas las demás historias de éxito, ya sea en el deporte, la ciencia, las artes o cualquier otro ámbito, hay un sinfín de horas de esfuerzo que han conducido a él. Miguel Ángel comentó una vez: “Si la gente supiera lo mucho que he tenido que trabajar para conseguir mi maestría, no le parecería tan maravillosa”.
Lo que sí tienen en común la mayoría de los que han alcanzado algún nivel de maestría es una mentalidad de crecimiento. Siguen siendo curiosos y continúan trabajando más allá de cualquier resultado específico. Si Shakespeare hubiese dejado de escribir después de su primer poema publicado, ¡a la lengua inglesa le faltarían 37 obras de teatro importantes, más de 154 sonetos y poemas, y un sinfín de refranes que todavía se usan más de 400 años después de su muerte!
Un estudio reciente publicado en Biological Psychology confirma la idea de que centrarse en el trabajo duro (frente al talento o la genética por sí solos) es la clave del éxito. En un experimento, se elogiaba a los sujetos que realizaban una tarea, bien por su inteligencia (como en el caso de “¡Qué listo eres!”) o bien por su esfuerzo (“¡Mira qué arduo has trabajado!”). A medida que las tareas se hacían más difíciles, los sujetos del segundo grupo lo hacían mucho mejor, incluso después de cometer errores. El hecho de que se les elogiara por su esfuerzo provocó el deseo de aprender de los errores, en lugar de simplemente evitarlos. Por otro lado, ser elogiado por un punto de referencia de inteligencia puede llevar a pensar: “Así es como soy”, lo que en esencia empaña la mentalidad de crecimiento.
Todos tenemos algo increíble que aportar a este mundo… y nuestra inversión de gran esfuerzo y perseverancia devuelve el control de nuestra vida a nuestras propias manos.
De regreso a la fábula de Esopo, no importaba realmente si la liebre podía o no ganar la carrera. Lo que sí importa es que no lo intentó. Mientras tanto, la tortuga, que carecía del don de la velocidad, poseía la perseverancia para trabajar por la victoria. Todos tenemos el poder de cruzar casi cualquier línea de meta que nos propongamos, siempre y cuando ignoremos a los dormilones y a los detractores, creamos en nosotros mismos (¡yo creo que puedo hacerlo!) y estemos atentos a la oportunidad de crecer mediante el proceso, ¡con sangre, sudor y lágrimas!