Este verano que pasó, Michael Phelps se convirtió en el atleta olímpico más condecorado en la historia con un total de 28 medallas. Mucho se ha dicho sobre qué hace a Phelps un gran atleta.
Algunos dicen que es cuestión de genética. Otros dicen que es su estructura corporal única lo que le da ventaja sobre sus competidores en la piscina. Cuando pensamos en quienes obtienen éxito excepcional en la vida, tendemos a pasar por alto su dedicación y le damos el crédito a las cosas que nadie puede controlar. Puede que Phelps haya nacido con una ventaja física, pero desde un punto de vista kabbalístico podemos aprender mucho de dos cosas que indudablemente tuvieron que ver con los premios que ha ganado: trabajo duro y perseverancia.
Cuando desestimamos el trabajo duro y la perseverancia nos sentimos mejor con nuestros defectos. Hacemos comentarios como: “Si tuviese un cuerpo como el de Phelps, yo también tendría 28 medallas”. En realidad, se requiere una gran cantidad de esfuerzo para alcanzar las cosas que nos dan plenitud en la vida. Si los grandes logros fueran fáciles de alcanzar, no tendría sentido luchar por ellos. En efecto, es el trabajo en sí lo que nos da crecimiento personal, profesional y espiritual.
Los kabbalistas enseñan que sin trabajo duro rara vez obtenemos recompensa; tenemos que ganarnos nuestras bendiciones. El camino a la transformación es accidentado por naturaleza y está lleno de desvíos, contratiempos inesperados y obstáculos. A veces, puede que sintamos que el viaje nos lleva lejos de nuestras metas; podemos sentirnos perdidos o como si nuestros intentos fueran inútiles. Tal y como Rav Áshlag dijo: “Mil personas empiezan el camino, pero sólo una lo termina”. Esa “una” seguramente muestra perseverancia y trabaja duro.
Cuando las bendiciones llegan fácilmente, nos relajamos en la complacencia y, como resultado, somos menos propensos a hacer nuestro mayor esfuerzo. En contraste, cuando sentimos el riesgo al fracaso, solemos sentirnos motivados a trabajar más duro. Allí es donde yace la verdadera recompensa. El esfuerzo que hacemos es lo que nos da bendiciones, aun si fallamos en el camino. De hecho, fallar una o dos veces (¡o incluso más!) nos da más satisfacción cuando finalmente alcanzamos nuestra meta. En la vida, la felicidad más grande no viene del resultado final, sino del proceso.
Angela Duckworth, psicóloga, examinó por varios años las razones por las que algunas personas fallan y otras tienen éxito. Ella concluyó que la inmensa mayoría de aquellos que tienen éxito poseen algo que ella llama determinación. Explica que, “la determinación es pasión y perseverancia para alcanzar metas muy a largo plazo. La determinación es tener resistencia. La determinación es aferrarse a su futuro, día tras día, no sólo por la semana, no sólo por el mes, sino durante años y trabajando realmente duro para hacer ese futuro una realidad. La determinación es vivir la vida como si fuera una maratón, no una carrera corta”.
Trabajar por las cosas que importan es difícil. El crecimiento puede ser incómodo y si pudiésemos evitar la incomodidad, la mayor parte de tiempo lo haríamos. Pero, espiritualmente hablando, no obtienes algo a cambio de nada. Los kabbalistas explican que el trabajo que debemos hacer en nuestra vida es difícil, pero eso es precisamente lo que lo hace valioso. Tal y como Michael Berg explica: “Nuestro propósito en este mundo es alcanzar unidad con el Creador a través de nuestro trabajo espiritual usando las herramientas de la Kabbalah que nos han sido dadas. No hay una solución rápida, ni debemos anhelar una. La plenitud espiritual no puede ser un regalo. Debemos ganárnosla; debemos trabajar por ella”. La experiencia, buena o mala, es tu trabajo espiritual, lo que nos transforma y, gracias a esa experiencia, nos conectamos con el Creador.
Por supuesto, podemos alcanzar el éxito material tomando atajos para evitar lo difícil, pero cada desafío que enfrentamos en la vida es una oportunidad para crecer espiritualmente y fortalecer nuestra conexión con el Creador. Evita tomar el camino fácil, comprométete con la vida, incluso cuando es incómodo o hace falta que trabajes. Al final, las bendiciones no garantizan plenitud, sólo el trabajo espiritual te la puede dar. Cuando trabajamos duro y perseveramos, sentimos que nos hemos ganado nuestras bendiciones y somos más propensos a obtener plenitud genuina.
Eso siempre vale la pena.