Recientemente salí con dos de mis hijos a buscar productos en un mercado agrícola local, cuando escuché llorar a un bebé de meses seguido de los alaridos de un padre alterado. Aunque no había visto la infracción, el castigo subsiguiente fue fuerte y público, y causó una incomodidad visible en las personas presentes. La cara de vergüenza que tenía el chico me rompió el corazón, así que miré en otra dirección para reducir el impacto. La vergüenza pública duele.
Dado que soy madre de cuatro, conozco muy bien las muchas equivocaciones que nuestros hijos pueden cometer y, a su vez, las muchas respuestas equivocadas que como padres podemos dar. A pesar de nuestros mayores esfuerzos, ellos a veces tienen dificultades con tomar buenas decisiones una vez que salen al mundo. A medida que crecen, su “mundo” se expande e incluye redes sociales y salas de chat. Les enseñamos a nuestros hijos a ser justos y amables en el parque, y solemos asumir que tomarán consigo estas lecciones a espacios virtuales. Lo que ahora estamos viendo cada vez más claro es que no lo están haciendo. Al menos no siempre.
Rav Berg dijo: “La esperanza de nuestra generación futura en particular, y del mundo en general, siempre se encuentra en los niños de cualquier era. Ellos serán los adultos del mañana. Y según como sean criados los jóvenes, así influirán los eventos futuros”. Los kabbalistas enseñan que nuestros hijos aprenden de nosotros. Creo que hay una relación entre cómo les enseñamos a nuestros hijos a asumir responsabilidad y cómo se comportan en lugares de Internet. Más específicamente: la manera en la que respetamos las experiencias privadas de nuestros hijos les manda un mensaje muy claro acerca de cómo ellos deben respetar las experiencias privadas de otros.
Hace unos años, hubo una tendencia famosa en la que los padres publicaban fotografías de sus bebés acompañadas por las razones absurdas (según la perspectiva de un adulto) por las que lloraban. Mentiría si dijera que esto no me pareció un poco gracioso. Otros padres se rieron mucho por todas las redes debido a la imagen de un chico de dos años en pleno llanto, acompañada con la leyenda “Su avena instantánea no era, de hecho, instantánea”. Cada padre que alguna vez se exasperó por las exigencias irracionales de sus hijos se sintió comprendido. Esta es una experiencia muy cercana. Y nos reímos pensando: ¡Menos mal que no soy el único!
Sin importar lo graciosas que sean, estas imágenes son vergonzosas y contribuyen con la actitud de que las emociones y experiencias de nuestros hijos no importan porque ellos todavía no son adultos todavía. Esto va más allá de una publicación pícara; he visto videos que padres han subido a varias plataformas en los que humillan a sus propios hijos, afirmando que ese es “el castigo por su crimen” o para que “nunca más lo vuelvan a hacer”. Nuestros hijos son completamente humanos (sin importar lo pequeños que sean) y merecen la dignidad de que sus momentos no tan buenos no sean publicados en todas las redes sociales. Pregúntate: ¿hay alguna diferencia entre publicar un momento embarazoso de tu hijo y publicar el de un desconocido? En el panorama completo, es muy pequeña.
Hay algo en el hecho de sentarse del otro lado de la pantalla que da a los chicos (y a los adultos) una sensación de sentirse protegidos, e incluso anónimos, que puede abrir la puerta a palabras y acciones que nunca ejercerían en persona, como el hostigamiento, los insultos y la humillación pública. Según la Kabbalah, la humillación pública es igual al lashón hará o habla maliciosa. Cuando abrimos la boca para expresar palabras negativas sobre alguien más, salen al mundo y cobran vida propia. Cuando usamos lashón hará o habla maliciosa, creamos una cáscara de negatividad alrededor de nuestra alma, lo cual impide que entre cualquier Luz que atraigamos mediante nuestro trabajo espiritual. El habla maliciosa impide que compartamos o recibamos Luz. Esta enseñanza es inquietante, considerando lo fácil e inconscientemente que compartimos información sobre nuestros propios hijos y otras personas.
Algunos dicen que hay momentos en los que la humillación pública puede ser válida. En su programa Last Week Tonight, John Oliver, personaje de la televisión, dijo: “Cuando está bien dirigida, puede tener muy buenos resultados. Si alguien es atrapado haciendo algo racista o si una persona poderosa está teniendo conductas incorrectas, puede aumentar la responsabilidad”. Esto es comprensible, pero a esto no lo llamaría humillación pública. Eso para mí es más expresarse en contra de la intolerancia y la corrupción.
Para ser completamente clara: ya sea por Internet o en persona, la humillación no funciona. Brené Brown, investigadora en el tema de la humillación, explica: “Defino la humillación como la sensación o experiencia dolorosa de creer que somos defectuosos y, por consiguiente, no merecedores de amor y pertenecer; algo que hemos experimentado, hecho o dejado de hacer que nos hace no merecer una conexión”. Al avergonzar a nuestros hijos, les estamos enviando el mensaje de que debido a que se han equivocado, son chicos malos y no merecen toda la belleza que esta vida les tiene reservada. Sabemos que este no es el caso. No obstante, los chicos suelen adoptar rápidamente esta mentalidad; puede tomar años —incluso décadas— revertir esto. Asimismo, muchos chicos comienzan a creer que son “malos” con tanta convicción que dejan de tratar de ser “buenos”. ¿Para qué intentar si igual vas a meter la pata?
El problema con la humillación pública es que, una vez que se comparte la información, existe en el mundo y no puede eliminarse. No importa si la información es falsa, exagerada o solo parcialmente cierta; ya está afuera. Por lo tanto, la persona (o el niño) que está al centro de la humillación no puede controlarlo. Incluso si aparecen otras versiones o se expresan disculpas, las palabras originales ya han llegado a demasiados ojos y oídos. Tal como enseñan los kabbalistas, estas palabras no se pueden borrar.
La verdad es que nuestro mundo incluye a Internet, un lugar demasiado amplio y con cambios constantes que tanto niños como adultos todavía estamos aprendiendo a tener interacciones virtuales con compasión y empatía. Pero si podemos ser el ejemplo de lo que significa mostrar respeto y bondad incondicionales a los demás, nuestros hijos podrían tener una idea más clara de lo que significa actuar con amor en todos los ámbitos en los que vivan, aprendan y se conecten.