Como estudiantes de Kabbalah sabemos que estamos destinados a compartir con los demás de forma desinteresada, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Cuando las personas a nuestro alrededor pasan por adversidades, por lo general ofrecemos nuestro apoyo rápidamente. Sin embargo, olvidamos que el espíritu con el que compartimos es igual de importante como el acto de compartir en sí.
Si bien la mayoría de nosotros nos consideramos generosos, cuando se nos pide ayuda, puede que algunas veces sintamos molestia e incomodidad. Quizá ocultemos cómo nos sentimos y ayudemos con una sonrisa de todas formas. O quizá demos una excusa y prometamos ayudar la próxima vez. De cualquier modo, si no compartimos con un corazón abierto, no estamos trayendo la mayor cantidad de Luz posible al mundo.
Algunos lo llaman generosidad de espíritu, los kabbalistas lo llaman “compartir como un siervo”.
Este tipo de compartir es nuestro trabajo espiritual. Michael Berg dice: “Cuando ya no sentimos que podemos elegir si dar o no dar, nuestra conciencia se convierte en la de un siervo; no en el sentido de degradarnos, sino en el sentido de elevarnos en términos espirituales”. Es más que simplemente ayudar a otra persona, compartir como un siervo significa aprovechar cada oportunidad para compartir, aun si esto significa poner las necesidades de alguien más delante de las nuestras.
Los kabbalistas enseñan que el propósito de la vida es transformar nuestro Deseo de Recibir en un Deseo de Compartir. Si verdaderamente tenemos un Deseo de Compartir, no dudaremos en hacer los recados de un vecino anciano o asumir un proyecto adicional mientras un compañero de trabajo se ausenta. Tampoco damos excusas cuando nuestros padres piden ayuda para preparar la comida para alguna festividad o cuando un amigo necesita que lo lleven al aeropuerto.
Cuando compartimos como siervos, nos sentimos emocionados por la oportunidad de ayudar a otros. No sólo lo vemos como nuestro trabajo espiritual, sino como una bendición.
Es importante recordar que sentirnos obligados a dar de nuestro tiempo, energía o recursos en realidad le quita la Luz a nuestro acto de compartir. Nuestra meta debería ser compartir sin preguntarnos si deberíamos hacerlo o no.
Recuerda que este tipo de compartir puede malinterpretarse como victimización propia. De hecho, sólo somos víctimas de compartir cuando lo hacemos porque es nuestro deber. Michael Berg señala: “Existen muchas personas que comparten con sus hijos, cónyuges o amigos porque se sienten obligados a hacerlo, incluso cuando realmente no quieren dar. Esas personas son víctimas de compartir”. Ser una víctima de compartir nos hace sentir que alguien se aprovechó de nosotros, nos hace sentir drenados y, a menudo, con resentimiento. Puede ser nocivo compartir con los demás cuando sentimos que tenemos muy poco para dar. Aquellas personas que dan con un corazón abierto y sin titubeo se renuevan continuamente gracias al acto de compartir y, por consiguiente, nunca se sienten utilizados cuando dan de forma desinteresada. Ellos son verdaderos siervos de compartir.
Existen personas que dicen: “Avísame si hay algo que pueda hacer para ayudar”, y hay otros que encuentran una forma de ayudar y lo hacen sin dudar. Podemos unirnos al segundo grupo y convertirnos en siervos de compartir al cambiar nuestra perspectiva por una de abundancia.
Cuando creemos que tenemos más que suficiente, nunca lo pensamos dos veces para compartir lo que tenemos. Nuestro tiempo, recursos y energía son sólo herramientas para traer más Luz al mundo.
Intenta ver las oportunidades para compartir como bendiciones. Tarde o temprano, el acto de compartir será tan natural en ti que no te sentirás obligado en absoluto. Cuando nos liberamos del sentimiento de deber, ya no somos víctimas de compartir sino personas que dan de verdad, que comparten la Luz del Creador cada vez que pueden hacerlo.