Una antigua parábola india cuenta que una noche los habitantes, aterrorizados, se despertaron por los ruidos estruendosos que se producían fuera de las murallas de su ciudad. Seis valientes eruditos ciegos habían estado estudiando cerca de la puerta, así que se aventuraron a investigar. Cada uno de ellos regresó con un informe diferente sobre el culpable: una serpiente gigante, un tronco de árbol extraño, una hoja enorme, un muro de piedra que temblaba, una cuerda que azotaba. ¡Cada descripción se basaba únicamente en la parte del elefante intruso que cada erudito había agarrado!
Esta historia fue contada en la película AWARE: Glimpses of Consciousness (2022). Me hizo pensar: ¿Acaso alguno de nosotros entiende realmente nuestro lugar en el universo? ¿Y cómo podemos hacerlo si no tenemos forma de observarlo objetivamente?
Sin embargo, tanto la Kabbalah como la ciencia siguen mostrándonos que no somos simples seres conscientes que interactúan con algo vasto, sin vida y desconocido. Más bien, somos parte de algo mucho más grande, un proceso vivo y en evolución que depende en parte de nuestra propia participación en su desarrollo.
Recuerdo la primera vez que se me cruzó esta idea. Mi esposo y yo habíamos viajado a Big Sur. Estaba hipnotizada por las inmensas y dramáticas vistas de la costa; me sentí pequeña y humilde bajo las extensas secuoyas. El inmenso cielo lleno de estrellas brillantes me inspiró una profunda comprensión en mi interior. Me recordó el “reino del 99 % y el 1 %”: la idea kabbalística de que nuestros sentidos solo nos permiten percibir el 1 % de lo que en realidad hay allá fuera. Me sorprendió la extraordinaria grandeza en nuestra pequeñez.
Como señaló el astrónomo y escritor Carl Sagan: “A pesar de todas nuestras presunciones de ser el centro del universo, vivimos en un planeta rutinario de una estrella monótona atascada en un rincón oscuro de una galaxia no excepcional, que es una de [miles de millones de] galaxias”. Ahora sabemos que hay entre uno y cuatro mil millones de estrellas solo en nuestra Vía Láctea, ¡y se calcula que hay 200 mil millones de galaxias en el universo observable! Este número es casi imposible de comprender… pero si contáramos cada grano de arena de cada playa, podríamos hacernos una idea.
Y no solo somos microscópicos según los estándares universales, sino que también estamos excesivamente aislados. La estrella más cercana a nuestro sol, Próxima Centauri, está a unos 4,37 años luz. Sin embargo, como la velocidad de la luz es inalcanzable (al menos por ahora), ¡llegar hasta allí en una nave como nuestra Voyager tardaría 73 000 años! (Para los lectores más valientes, piensen en algo más: nuestra galaxia tiene más de 100 000 años luz de ancho, y la siguiente galaxia más cercana se encuentra a 2,5 millones de años luz).
Si algo de esto te abruma, sigue leyendo…
A pesar de la lejanía de nuestra condición terrestre, la ciencia revela cada vez más la interconexión que la Kabbalah ha planteado todo el tiempo. El Zóhar afirma que cada persona es “una réplica del universo en su conjunto”. Un estudio reciente publicado en Frontiers in Physics encontró notables similitudes entre la estructura del universo observado y la de nuestros propios cerebros. Entre los muchos paralelismos: ambos sistemas están organizados en redes definidas, con nodos (neuronas en el cerebro, galaxias en el universo) conectados a través de filamentos. Aunque nadie afirma que el universo sea literalmente un cerebro gigante, la conexión macro-microcósmica es cada vez más innegable.
De hecho, no existe en el universo ninguna entidad ajena y completamente independiente. Cada sistema está directa o indirectamente conectado con todos los demás. Del mismo modo, la Kabbalah enseña que solo hay una luz—la Luz de la Sabiduría (o la Luz del Creador)— y solo una conciencia. Rav Áshlag habla de una conciencia que se expresa en distintos niveles en diferentes objetos, como una mesa, un árbol y una persona. Cada uno es diferente, pero cada uno forma parte del todo. Cuanto más reconozcamos esto, más podremos aprovechar nuestra conexión con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. Podemos dejar de lado algunas de nuestras preocupaciones, inquietudes y esfuerzos más triviales, y saber que, al final, estas molestias no merecen nuestro precioso y breve tiempo aquí en la Tierra.
Como dijo Sagan: “Si quieres hacer una tarta de manzana desde cero, primero debes inventar el universo”. Sin los innumerables procesos que han formado los simples ingredientes para la cocción (incluyendo la cantidad adecuada de oxígeno, sol, minerales, reacciones químicas, gravedad, etc.), ni la tarta ni nada existiría. ¡Somos un verdadero milagro!
Al igual que el universo en constante evolución, el objetivo de nuestra vida está en el proceso. A veces podemos pensar que nos hemos perdido, pero estamos equivocados. Estamos aquí para crecer, para convertirnos, para conectar y formar relaciones significativas, y para expresar nuestro lugar singular y esencial en este magnífico esquema.
Así que hoy te animo a que recuerdes y aprecies la totalidad de todo lo que encuentres.
Porque, aunque es bueno formar parte de una pareja, una familia o una comunidad, somos, por encima de todo, miembros vitales de una hermosa dinámica compartida… ¡que tiene el potencial de unificar, desconcertar y elevarnos más allá de lo que imaginamos!