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Monica Berg
Diciembre 13, 2018
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Recientemente almorcé con unas amigas que son madres. Todas tenemos más o menos la misma edad, pero las edades de nuestros hijos varían entre recién nacidos y universitarios. Nuestras conversaciones inevitablemente volvían al tema de nuestros hijos y la crianza, como suele suceder. Una del grupo de amigas se convirtió en mamá hace poco. Se sentó con nosotras mientras cargaba a su pequeño bebé en los brazos, y compartió con nosotras lo feliz que estaba de estar con madres solidarias, madres que entienden y escuchan. Como toda madre primeriza, estaba cansada. Peor aún, su cansancio exacerbaba su sensación de soledad.

"Lo que no necesitaba era más consejos."

Necesitaba camaradería, un buen abrazo y quizá desahogarse en llanto. Lo que no necesitaba era más consejos. Ya tenía bastantes. Solo necesitaba saber que no estaba arruinando irremediablemente la vida de su hijo. En realidad, mi amiga no dijo nada de esto. Pero yo sabía cómo se sentía porque yo también me sentí así en algún momento. Yo solo necesitaba amabilidad y apoyo. Lo que solía recibir era juicio.

En los años que han pasado desde que fui madre por primera vez, he presenciado cómo una gran cantidad de estilos y filosofías de crianza ganan y pierden popularidad: con apego, independiente, helicóptero, RIE, madre tigre y estilo francés, por nombrar algunos. Las categorías parecen infinitas. Cuando nos volvemos padres, la cantidad de trabajo que asumimos es abrumadora. Si eres como yo, inviertes mucho tiempo y una fortuna en libros, y leyendo sobre cómo ser un buen padre para así… pues, hacerlo bien.

Tener un “estilo” ayuda a las madres primerizas a sentirse un poco menos desconectadas de su nuevo papel. Nos ayuda a tener la sensación, por errónea que sea, de que sabemos qué estamos haciendo. Aparecen problemas cuando comenzamos a aferrarnos a estos estilos, convencidos de que nuestra manera es la única. Entonces, procedemos a dar consejos de crianza como si fuésemos expertos. Una amiga nos dice que está acostumbrando las horas del sueño de su bebé, destetándolo o embarcándolo en un vuelo trasatlántico, y sentimos la necesidad de intervenir y compartir nuestro punto de vista o experiencia.

Aunque creas que estás ayudando, en realidad estás buscando sentirte especial. Probablemente te estás diciendo: “¡Sólo intento ayudar!”.

Claro, está bien. Pero ¿lo que estás diciendo de verdad es útil? ¿Está inspirado en una preocupación genuina? Si insinúas que la crianza de uno de tus amigos está mal de algún modo, sin importar cuán gentilmente lo expreses, no terminarán sintiéndose bien después de esa conversación. Tampoco vendrán luego a pedirte consejos en un futuro. Incluso podrías dañar la amistad, y es difícil conseguir verdaderos amigos.

Pregúntate: ¿Qué es más fuerte, tu deseo de instruir y ser importante o tu deseo de ayudar?

"La crianza es una de las labores que nos vuelven más humildes."

Todos hemos recibido juicio. Podríamos pensar que eso hace que notemos más fácilmente cuando lo emitimos, pero no es así, porque pensamos que estamos ayudando bajo la bandera de la preocupación. La investigadora Brené Brown dice lo siguiente sobre el juicio:

“… las investigaciones demuestran que juzgamos a las personas en las áreas en las que somos vulnerables a la vergüenza, seleccionamos especialmente personas a las que les va peor que a nosotros. Si me siento bien sobre mi método de crianza, no me interesa juzgar las decisiones de los demás. Si me siento bien con mi cuerpo, no voy por el mundo burlándome del peso o la apariencia de los demás. Somos duros unos con otros porque usamos a los demás como un trampolín para salir de nuestra propia deficiencia que percibimos de manera vergonzosa”.

Lo que Brown quiere decir es que juzgamos a los demás porque tienen una cualidad que reconocemos en nosotros; esa persona, al igual que un espejo, puede revelar algo que somos incapaces de ver o que quizá no queremos ver. Cuando llevamos esa conciencia a nuestros juicios, vemos que lo que estamos haciendo en realidad es intentar reparar algo dentro de nosotros.

La crianza es una de las labores que nos vuelven más humildes. Cuando crees que tienes todo resuelto, te das cuenta de que no. En lugar de emitir un juicio disfrazado de “buena intención”, te invito a decir algo amable y alentador. Intenta decirle a una madre primeriza: “Lo estás haciendo bien”, “Entiendo cómo te sientes” o “Todo será más fácil”. Eso es lo que necesita la mayoría de las madres, unas palabras amables para hacerles sentir que no están solas y que lo están haciendo bien.

Hay muchas más etiquetas para estilos de crianza de las que podría investigar, y estoy en paz con eso. Nuestro método de crianza puede (¡y debe!) ser tan único como los pequeños seres humanos que estamos criando.

En conclusión: amamos a nuestros hijos tan intensamente que no podemos medir dicho amor. Nuestro deseo por darles todo lo que necesitan para ser exitosos es ilimitado. La manera en la que lo abordamos varía porque la manera en la que hacemos todo varía. Somos personas diferentes.

La verdad es que ningunos de nosotros sabe lo que hace.

Todos estamos aprendiendo y resolviendo en el camino. Y hacemos nuestro mejor esfuerzo. Mientras seamos amorosos, atentos, alentadores y cariñosos con nuestros hijos, lo estamos haciendo bien.


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