Conozco a una mujer que está enteramente dedicada a sus hijos. Eligió ser ama de casa, invirtiendo cada partícula de energía en investigar los alimentos más saludables, encontrar las mejores actividades extracurriculares y aprender constantemente nuevas formas de comunicarse positivamente con sus hijos. Su dedicación es admirable, pero hay un problema importante: en su incansable búsqueda de la maternidad perfecta, con frecuencia se olvida de estar completamente presente con sus hijos.
Un día, mientras corría por la ciudad para dejar uno de sus chicos en ballet y a otro en karate, sus hijos estaban sentados tristemente en el asiento trasero del auto. La alegría de una fiesta de cumpleaños a la que acababan de asistir se vio empañada por los reproches de su madre por haber comido dulces y pastel; golosinas que a regañadientes ella misma les había permitido disfrutar. Estaba tan ocupada tratando de crear las condiciones perfectas para la crianza de sus hijos que se estaba haciendo infeliz a sí misma y, más importante aún, a ellos. Es probable que sus hijos no recuerden los bocadillos orgánicos que ella empacaba en sus loncheras o las actividades cuidadosamente seleccionadas; en cambio, recordarán el estrés y los regaños que sintieron mientras corrían de un lugar a otro.
Este es un error comprensible pero inconsciente que muchos de nosotros cometemos. Nos enfocamos tanto en el hacer que nos olvidamos del ser. Estar ocupados en el “mal” sentido de la palabra no se trata de tener una agenda apretada o participar en diversas actividades. Más bien, es el tipo de ajetreo que nos desconecta del presente y nos impide ver el impacto emocional que tenemos en quienes nos rodean. Hay algunos factores que influyen en esto:
Al tratar de marcar todas las casillas de una lista ideal inalcanzable, nos perdemos el aspecto más importante de lo que estamos haciendo, ya sea la crianza de nuestros hijos, el cuidado de nuestra salud o trabajar por nuestras metas. Ese aspecto es la conexión. El esfuerzo constante por ser perfecto —ya sea a través de comidas orgánicas, un puntaje crediticio perfecto o una disciplina impecable— se vuelve contraproducente cuando crea una atmósfera de estrés.
En cuanto a la crianza de nuestros hijos, por ejemplo, según una investigación publicada en el Journal of Child and Family Studies (Revista de estudios de la infancia y la familia), el estrés y el perfeccionismo de los padres pueden provocar un aumento de la ansiedad y un menor bienestar emocional en los niños. Los niños no necesitan padres perfectos, necesitan padres felices y presentes que los hagan sentir seguros y amados.
He hablado sobre este tema muchas veces, pero siempre vale la pena repetirlo. A menudo priorizamos la productividad y la superación personal sobre simplemente disfrutar de la vida a medida que esta se desarrolla. Sin embargo, investigaciones indican que la atención plena (mindfulness) y la conciencia del momento presente tienen un vínculo mucho más fuerte con la felicidad y la satisfacción en la vida que el esfuerzo constante. No obstante, el autocuidado a menudo puede terminar siendo otra cosa más para tachar de la lista. Me recuerda una cita de mi poeta favorito, Rumi: “Déjate llevar silenciosamente por el extraño impulso de lo que verdaderamente amas. No te llevará por mal camino”. Aparta tiempo para reconocer ese impulso y síguelo de vez en cuando.
Cuando estamos perpetuamente en movimiento e hiperconcentrados en lo que hay que hacer, no solemos reconocer el clima emocional que estamos creando. Esto puede llevar a relaciones tensas, agotamiento y falta de alegría en las mismas experiencias por las que hemos trabajado tan duro. Tal y como ilustra la madre de la historia anterior, hasta las acciones que se realizan con buena intención pueden conducir a la frustración y la desconexión si perdemos de vista el panorama completo.
Entonces, una vez que entendemos que nos estamos sobrepasando, ¿cómo retrocedemos y encontramos el equilibrio? Hay varias formas de hacerlo:
Haz una pausa y reflexiona: Tómate un momento cada día para analizar cómo te encuentras. ¿Te estás relacionando con tus seres queridos de una manera que los haga sentir valorados y tomados en cuenta? ¿Estás generando estrés en lugar de alegría con tus acciones?
Prioriza la conexión: Toma decisiones conscientes en torno a lo que realmente importa. Está bien dejar de lado algunas actividades o bajar tu nivel de exigencia en ciertas áreas si eso significa tener momentos más significativos y presentes con tu familia.
Haz cosas que te aporten alegría: Dar un paseo, pedir un café especial, hacer tiempo para crear algo. Todas estas son pequeñas formas de infundir tu día con un poco de alegría y serenidad desestructuradas. Incluso el simple hecho de despejar treinta minutos en tu agenda para no hacer nada puede aportar una dosis de dicha a tu día.
Olvídate de la perfección: La perfección es imposible. Acepta que no tienes que ser perfecto para ser un gran progenitor o pareja. De hecho, aceptar la imperfección puede aliviar el estrés y permitir la espontaneidad, los accidentes felices y las interacciones alegres.
Es importante tener en cuenta que la mujer sobre la que hablé anteriormente no es una mala madre; muy al contrario. Sus intenciones provienen de un lugar de profundo amor y cuidado, lo cual es cierto para todos nosotros. Pero las intenciones por sí solas no son suficientes cuando nuestras acciones crean un ambiente de estrés y presión para nosotros y quienes nos rodean. La clave para liberarnos del aspecto “negativo” de estar ocupados es cambiar nuestro enfoque de hacer todo bien a estar presentes con las personas que amamos. Después de todo, las personas no recordarán tanto las acciones que realizamos, sino la forma en que las hacemos sentir.
Recordemos que, a veces, lo mejor que podemos hacer es reducir la velocidad, respirar y simplemente ser. Podemos tener metas e intenciones —desde luego que deberíamos tenerlas— pero podemos recordar que en realidad solo hay una cosa que estamos destinados a “hacer”, que es ser una Luz dondequiera que vayamos. Despertar con el objetivo principal de ser un faro en la vida de todos los que conocemos. No para ser perfectos, sino para ser una fuente de Luz.
¡Qué hermosa manera de ser!