Ese bloque de horas entre las 5 p. m. y las 8 p. m. quizá sea el momento del día más difícil para los padres. Los chicos regresan cansados de la escuela, y con motivos suficientes para estarlo. Han cumplido con su deber, se han divertido mucho y han aprendido un montón (aunque ellos no sean muy expresivos con los detalles a la hora de la cena). Sin duda los días de la semana también son agotadores para los padres, debo decir.
En ese tiempo compacto para ayudar con la tarea del colegio, preparar la cena y lograr cumplir con la hora de dormir, los chicos a veces recurren a las pantallas. La televisión, los videojuegos o los videos de YouTube pueden sentirse como herramientas útiles para ayudar a los atareados padres a transitar estas horas con facilidad. No obstante, vale la pena examinar lo que en realidad les sucede a nuestros hijos y nos sucede a nosotros, tanto a niveles fisiológico y espiritual, cuando recurrimos a una pantalla.
He escuchado muchos argumentos en defensa de un breve programa de dibujos animados o una sesión planificada de videojuegos. De los muchos argumentos, uno en particular me llama la atención: Está muy agotado después de la escuela; necesita relajarse tanto como cualquiera. Y entiendo por completo esta lógica, pero observemos con más detenimiento lo que está sucediendo a nivel emocional.
Cuando hemos tenido un día ocupado, es natural sentir la necesidad de “desconectarnos”; especialmente si nuestro día promedio implica que nos relacionemos con otras personas. Todos necesitamos recargarnos y relajarnos, tanto adultos como niños. Nos encanta la televisión porque es la manera más conveniente de apartar la conciencia de nosotros mismos y enfocarnos fuera de nuestra propia realidad. Simplemente nos echamos en el sillón y presionamos un botón. Relajación instantánea.
Lo curioso del asunto es que esto es precisamente lo que no le ocurre a nuestro cerebro cuando estamos sentados frente a una pantalla. Quizá ya sepas que la AAP (la Academia Americana de Pediatría) recomienda limitar el tiempo que los chicos pasan frente a pantallas. Algunos científicos han advertido por muchos años acerca de los posibles efectos nocivos de la exposición prolongada a luces brillantes de rápido movimiento y sonidos estimulantes de los videojuegos y las caricaturas. Si alguna vez has intentado obtener la atención de un niño que está pegado a una pantalla, quizá hayas pensado: Esto no puede ser bueno para cerebros jóvenes en desarrollo. La verdad es que no lo es.
Estudios recientes nos dan una imagen más clara de lo que sucede exactamente a nivel interno cuando nuestros hijos están “desconectándose” de esta manera. Resulta que el cerebro de nuestros hijos responde a los videojuegos y a programas de televisión estimulantes de una forma muy parecida a cuando se consume cocaína. Así es, leyeron bien. Las pantallas y las drogas tienen algo muy relevante en común. Ambas interfieren con la liberación de un químico llamado glutamato, un neurotransmisor. Un incremento de glutamato acelera la actividad neuronal en el cerebro y actúa como un estimulante. Además, tanto las pantallas como las drogas incrementan la liberación de dopamina, lo cual nos hace sentirnos bien y aumentan las posibilidades de desarrollar adicción. Esta quizá sea la razón por la que los niños desean volver a las pantallas una y otra vez.
¿Cómo esto afecta a los niños? Algunos padres reportan que cuando sus hijos están expuestos a largos períodos de televisión, videojuegos o uso de Internet, tienen problemas para retener información, tienen un desempeño deficiente en la escuela, tienen dificultades en interactuar apropiadamente con sus compañeros y no logran tranquilizarse por cuenta propia. Las consecuencias en adolescentes son todavía más graves, tal como la investigadora y profesora de psicología en la Universidad Estatal de San Diego, Jean Twenge, descubrió en su estudio más reciente. El estudio demuestra un aumento de depresión y pensamientos suicidas en adolescentes que pasan una cantidad exorbitante de horas al día en redes sociales. Cuanto más tiempo pasaban conversando, revisando y participando en juegos en línea, más propensos eran a presentar estas emociones negativas. Este tipo de “desconexión” no hace que los chicos se sientan rejuvenecidos; muy al contrario.
El mismo estudio descubrió que hay una correlación directa entre la disminución del uso de redes sociales y la felicidad. Los adolescentes más felices eran aquellos que presentaban un tiempo mayor al promedio en interacciones sociales en persona a lo largo de su semana y un tiempo menor al promedio en redes sociales; un punto que merece la pena tomar en cuenta. Tal como enseñan los kabbalistas, cuando nos conectamos con los demás, aumentamos las oportunidades para compartir. Y compartir conduce a la forma más profunda de alegría y plenitud.
Nuestro trabajo es redefinir lo que significa recargarnos. El tiempo de descanso puede ser tan simple como jugar tranquilamente con juguetes no estimulantes, como bloques o rompecabezas. O a veces los niños tan solo necesitan un cambio de ambiente. Si han pasado el día en ambientes cerrados, llévalos afuera. Si han pasado el día en ambientes abiertos, llévalos adentro. Los padres o guardianes pueden organizar este tipo de cosas con solo planificarlas con antelación.
Observa patrones en el comportamiento de tu hijo que te den un indicio de cuándo tiende a tomarse un descanso, como después de la escuela, después de una fiesta de cumpleaños o una visita con sus primos. Si puedes anticiparlo, podrás proporcionar métodos alternativos para que tu hijo se recargue. Esto no tiene que ser una tarea adicional en tu lista de quehaceres. Da el ejemplo al sacar un libro y leerlo en un sillón cómodo. Muéstrale lo que significa prestar atención cuando están al aire libre, al observar el estado del tiempo, las plantas y los sonidos. Y te doy un secretito: al enseñarle a recargarse de una forma más saludable, tú también podrás recargarte. Ambas partes ganan.