Rav Berg dijo una vez: “La visión que el alma tiene del mundo está arraigada en el Deseo de Recibir para Compartir”. Y esto es cierto.
Salvo que seas un niño pequeño.
“Quien comparte de forma genuina afecta al mundo entero”. ~ Rav Berg
Como padres, sabemos que los cerebros de los niños pequeños pasan por increíbles cambios neurobiológicos y psicológicos. Estos cambios veloces suceden mientras, simultáneamente, aprenden a caminar y a expresarse verbalmente. Todo esto conduce a un incipiente sentido del ser, que antes no existía. Como resultado, están los “terribles dos años” o quizá los “todavía más difíciles tres”.
La visión del mundo de un niño pequeño está arraigada en su deseo de ser independiente: explorar, tocar y agarrar. Nosotros también deseamos esto para ellos. Queremos que nuestros pequeños experimenten el mundo sin restricciones y estén fascinados con él. Pero, desde luego, hay límites. Fijar estos límites puede complicarse en situaciones sociales cuando están rodeados por otros niños de su edad. Los parques y las salas de juego es donde los niños pequeños aprenden lo que significa desear, recibir y compartir.
Compartir es un tema polémico entre los padres. En mi experiencia personal, los adultos entran en dos categorías diferentes cuando se trata de su filosofía de compartir: aquellos que creen que los niños deberían ser obligados a compartir y los que no. Cuando crecí, la mayoría era del primer grupo. A los niños se les enseñaba a temprana edad que era recomendable y obligatorio compartir. Y si eso significaba dejarle tu juguete preciado a cualquier niño que de casualidad entrara en la caja de arena, así debía ser.
Estos adultos tenían buenas intenciones. Querían que creciéramos como personas compasivas y generosas. Pero obligar a compartir puede tener un efecto contrario que conduzca a los niños a aferrarse más a las cosas, preocupados por poder perderlas. Los kabbalistas nos enseñan que una de las principales metas de nuestro trabajo espiritual es pasar de querer recibir para nuestro propio beneficio a querer recibir para que podamos compartir con los demás. Tal y como Rav Berg explicaba: “Nuestro propósito en este mundo es transformar nuestra naturaleza reactiva de recibir egoístamente para satisfacer a nuestro ego e intereses personales en la naturaleza proactiva de recibir para compartir con los demás”.
Entonces, ¿cómo cultivamos en nuestros hijos la capacidad de observar lo que los demás necesitan, de tener empatía? ¿Cómo desarrollamos en ellos un profundo deseo de compartir con los demás, incluso si eso significa quedarse sin algo? Aunque podamos obligar a nuestros hijos a compartir con un enfoque al estilo “fíngelo hasta que lo sientas”, hay algunas herramientas alternativas que podemos usar. Cuando las aplicamos colectivamente, podemos esperar que se cree en ellos una conciencia duradera de compartir que evolucionará a medida que crecen y se vuelven adultos.
"Los adultos entran en dos categorías cuando se trata de su filosofía de compartir: aquellos que creen que los niños deberían ser obligados a compartir y los que no".
Primero, prueba darle a tu hijo la opción de compartir con sus hermanos y compañeros de juego. Al igual que con las lecciones académicas, los niños son más propensos a asimilar las experiencias cuando se les permite experimentar y llegar a sus propias conclusiones. Los psicólogos creen que cuando se les da a los niños la opción de compartir, desarrollarán un estado mental generoso. Puedes comenzar al reconocer el acto de compartir cuando lo observes. No es necesario alabarlo. Con un simple: “Vi que le prestaste tus autitos a Ana; eso fue amable de tu parte” será suficiente para expresarle a tu hijo que valoras la generosidad. También puedes hacer notar cuando un niño comparta con tu hijo o hija. “Juan te prestó su muñeco. ¡Gracias, Juan!”.
Nosotros somos los primeros y los más influyentes maestros de nuestros hijos. De nosotros aprenden gran parte de cómo interactuar con el mundo. Ya sea que lo sepamos o no, somos modelos de valores y creencias fundamentales. Así que haz un esfuerzo coordinado para ejemplificar el recibir para compartir. Muéstrales qué significa ser generoso sin vacilar. Toma nota de sus necesidades o deseos, y luego explícales cómo puedes compartir con ellos. Esto puede ser algo como: “Compartiré estos marcadores contigo y podemos colorear este dibujo juntos” o “Veo que tratas de tomar mi manzana; la cortaré en dos pedazos y ambos podremos comer”.
Asimismo, cuando observes a tu hijo jugar con sus compañeros, narrar lo que veas que ocurre es una buena manera de enfatizar el comportamiento que te gustaría que repitiera. La alabanza en términos generales no es lo suficientemente específica para que los chicos vean una conexión. Trata de ser más descriptivo para llamar la atención a la acción que quieres destacar. Una respuesta como: “Carlos sonrió cuando le ofreciste tu libro; le agradó mucho” ayuda a motivar a tu hijo a que sea empático en sus acciones. Con el tiempo, aprenderá que compartir puede traer alegría tanto al dador como al receptor.
Rav Berg decía: “Quien comparte de forma genuina afecta al mundo entero”. Si aceptamos esto como una verdad, sabemos que sin duda afectamos al mundo para bien al enseñarles a nuestros hijos la importancia de compartir. ¡Pero sé paciente! Este tipo de enseñanza toma tiempo para que la asimilen por completo. Seguramente muchos de los adultos que conocemos todavía están aprendiendo a compartir. Todo es parte de nuestro crecimiento espiritual. Reconoce las acciones generosas cuando las veas, ejemplifica el compartir y confía en que, con el tiempo, nuestros hijos comenzarán a tomar decisiones positivas basadas en la empatía y un deseo de compartir con los demás.