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La naturaleza del mal

Centro de Kabbalah
Septiembre 26, 2016
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Desde tiempos inmemoriales el hombre ha contemplado la vida, cuestionado la existencia y, como consecuencia, ha intentado entender la naturaleza del mal. Los kabbalistas ofrecen una clara definición de lo que es el mal, de dónde viene y cómo destruirlo.

Cuando preguntas a Manya Brauer acerca del mal, esta superviviente del holocausto te dirá que: “El mal es como estar rodeado por llamas. Las llamas te están consumiendo a ti y a todo aquello que tiene vida. Y no hay manera de escapar”. Ella sabe como luce el mal, lo vio cara a cara.

Manya dice: “Yo dormía en el suelo; estaba sucio, lleno de paja sucia. Nos levantábamos y tratábamos de limpiarnos. Había una tubería expuesta. Las chicas iban a recoger gotas de agua que salían de vez en cuando, y en el caso de que pudiéramos agarrar unas cuantas, intentábamos limpiarnos. Estaba gélida… Nos daban una ración de cien gramos de pan que era una rebanada al día y algo que parecía una sopa, pero era agua con algo flotando en ella, no sabíamos qué era. Esa era nuestra comida. Había piojos, ratas corriendo sobre nuestras cabezas… Yo intenté escapar, pero un guardia de la prisión me atrapó y me dio una patada en la espalda. Por semanas estuve acostada en el suelo en una esquina como un animal”.

¿Qué es esta vasta división entre nosotros que justifica la perpetuación de estos tipos de horror? ¿Qué sombra negra eclipsó la visión de tantos como para que estuvieran dispuestos a formar parte de una destrucción masiva y de un genocidio? Y además, ¿cómo podría el Creador, que es bondad y compartir absolutos, crear individuos que alberguen una capacidad tan grande para el comportamiento maligno?

De acuerdo con los kabbalistas, la naturaleza de la separación permite que surja la creación del mal. Como Rav Áshlag explica en Una Introducción al Zóhar (An Entrance to the Zohar): “Sabemos claramente que el Pensamiento de Creación de Dios, cuyo propósito era dar disfrute a aquello que Él creó, originó por necesidad el Deseo de Recibir de Él toda la bondad y amabilidad que Él pensó para Su creación. Este Deseo de recibir no estaba contenido en la esencia del Todopoderoso antes de que Él lo creara en sus almas; ya que ¿de quién podría Él haber recibido algo? Por lo tanto, Él creó algo completamente ‘nuevo’ que no estaba contenido dentro de Él. En asuntos espirituales, la diferencia de forma funciona de la misma manera que el filo de una espada separa cosas materiales. La distancia entre estas dos será en proporción a cuán opuestas en forma estén una de otra. Esta diferencia de forma que poseen las almas actúa como el filo de una espada y corta una piedra de una montaña. Fue mediante esta diferencia de forma que las almas se separaron del Creador y se apartaron de Él, para que se convirtieran en algo que fue creado”. Esta fue la creación de este mundo. El mundo del Bien y del Mal.

Los kabbalistas describen al Creador como el máximo grado del deseo de compartir y de bondad, haciendo que el extremo opuesto del deseo de recibir, el cual está separado de Él, sea maligno.

Cuando el Creador creó las almas, en esencia creó la vasija perfecta, un recipiente, con una naturaleza completamente opuesta a la Suya para que así Él pudiera compartir su beneficencia.

El propósito de esta creación, como lo explicó Rav Áshlag, fue llenar las almas con Su Luz. Mientras la Vasija esté llena de Luz, adquiere las características del Creador: bondad y compartir infinitos. Sin embargo, al asumir las cualidades del Creador, la vasija desea compartir sin límite.

¿Con quién? La Luz no tiene necesidad o deseo de recibir nada, así que se hizo un trato en el que se crearía un mundo donde las almas pudieran compartir y recibieran sólo la Luz —la beneficencia del Creador cuando fuera merecida— mediante el comportamiento afín con la Luz. Luego de la creación de este mundo, donde una vez hubo Luz, la oscuridad llenó el vacío.

Esta ausencia de Luz, dicen los kabbalistas, es el mal. El mal es el Deseo de Recibir para Sí Mismo.

Cada ser humano en este mundo contiene ambas polaridades del deseo: para compartir y para recibir. Nuestros deseos acumulados crean una vasija cuántica. Cuando tomamos decisiones individuales, afectamos de manera colectiva al todo. Cuando las personas actúan con tolerancia, generosidad y bondad, entonces hay Luz en el mundo; parte de la idea original. Por el contrario, si somos perezosos, intolerantes, odiosos e iracundos (aun en su más mínima expresión) esas cualidades negativas se acumulan y mantienen alejada a la Luz, permitiendo que la oscuridad nuble el mundo.

Manya describe uno de los momentos más oscuros que vio: “Las madres tenían que entregar a sus bebés. En uno de los campos, Campo de Rivesaltes, al Sur de Francia, estábamos en un campo con todas las nacionalidades: alemana, húngara, polaca, francesa, todas éramos judías. Justo antes de ser deportadas estas mujeres entregaron a sus bebés a algunas organizaciones para que así no fueran deportados con ellas, ya que las madres se dirigían a campos de muerte.

Nunca lo olvidaré. Mientras viva veré a esos bebés y madres gritando y llorando”.

¿Cómo puede venir de los seres humanos la decisión de torturar y atormentar?

La Kabbalah explica que así como existe la esencia de Dios en nuestro interior, también está la esencia del mal. Hay un mal interno así como una fuente cuántica que recibe poder y fuerza de nuestra propia maldad. Ese mal cuántico se conoce como Satán, el Ángel de la Muerte. Pero Satán no es un personaje, es una fuerza negativa. La función de esta fuerza es crear las circunstancias que nos dan una oportunidad, ejercer nuestro libre albedrío, para compartir y ser como el Creador. Al escoger compartir transformamos nuestra inclinación innata para recibir en el aspecto divino de compartir. De este modo nos ganamos la Luz para nuestra propia vasija y la vasija cuántica. En El camino de Dios, Moshé Jayim Luzzatto explica el libre albedrío al describir la naturaleza del hombre. “Sólo el hombre es colocado entre la perfección y la deficiencia, con el poder de ganar la perfección. El hombre debe ganarse dicha perfección, pero mediante su propio libre albedrío y su deseo. Si fuera obligado a dirigirse hacia la perfección, entonces verdaderamente no sería el dueño de esa perfección. Más bien Aquel Quien lo obligó sería el responsable, y no se cumpliría el propósito de Dios. Por ello fue necesario que el hombre recibiera el libre albedrío y fuera colocado entre el bien y el mal, y no ser obligado a ir hacia uno o hacia el otro. El hombre tiene el poder de escoger y puede escoger un lado, consciente de ello y dispuesto a hacerlo, y poseer aquello que desea”.

La fuerza negativa agita el mal en nuestro interior e intenta que tomemos las decisiones que alimentan nuestro Deseo de Recibir para Sí Mismo. Si una persona se considera a sí misma como una buena persona, entonces claramente cometer un crimen está fuera de lugar. De tal modo, la fuerza negativa no presentaría una idea tan extrema. Más bien la tentación inicial sería pequeña. Por ejemplo, las drogas: cuando la necesidad de gratificación ya se vivió entonces el deseo crece cada vez más hasta que exista el potencial de algo malo incluso para una “persona buena”. De acuerdo con la sabiduría de los sabios, mientras vivamos tenemos el potencial para caer.

Manya dice: “Tengo que admitir que al principio desarrollé un odio profundo hacia cualquier cosa alemana, hasta que entendí que no puedo estar en el mismo nivel de un nazi, llena de odio que consume, a pesar de todo lo que ocurrió. Me dije a mí misma que no odiaría a nadie independientemente de las cosas, porque si lo hago, al final ese odio me destruirá a mí también.

Estaba intuitivamente siguiendo mis instintos para sobrevivir como un ser humano decente, no para seguir sus pasos. Debes indagar en tu interior y preguntarte: ¿Y ahora qué? ¿Acaso todo lo que vas a hacer es odiar? Algunas personas piensan que tienes que odiarlos, de lo contrario eres un traidor. Quiero llevar una vida llena de vida. No quiero vivir una vida muerta. Y para mí, el odio es muerte. Nosotros somos los únicos dueños de nuestro propio comportamiento”.

Cada vez que nos comportamos con Deseo de Recibir para Sí Mismo, damos energía y poder a la fuerza cuántica maligna, lo cual incrementa el potencial de que ocurra otro holocausto nuevamente. Quizá no nos demos cuenta de cuán insignificantes son las acciones que crean destrucción en masa. Incluso el chisme aparentemente insignificante puede crear caos en el mundo. El Talmud enseña que la destrucción del primer Templo ocurrió por el habla maliciosa. Lo que pocos conocen es que lo que ocurrió en aquel entonces fue uno de los holocaustos más devastadores de la existencia humana.

El Zóhar, y muchos textos y sabios de la antigüedad explican que el habla maliciosa es uno de los crímenes más serios que una persona pueda cometer. Hay muchas maneras de matar a una persona, física, emocional o espiritualmente. El habla maliciosa es el asesinato del carácter de uno. Dado que el habla tiene energía e influencia, cuando hablamos mal acerca de otras personas, no sólo lastimamos y dañamos sus vidas, sino que nuestras palabras conectan con la energía de otras palabras hirientes y se mezclan, creando un clima de odio e intolerancia.

El Zóhar enfatiza algo más, que una vez que se alcanza una masa crítica de Deseo de Recibir para Sí Mismo —cuando hablamos mal acerca de otras personas, cuando juzgamos a los demás, cuando somos egoístas y no tratamos a las personas con dignidad humana—, el peso del mal es mayor sobre la balanza. Una vez que la balanza de poder es controlada por la fuerza negativa, ya no hay protección para nadie. Cuando el hombre crea suficiente negatividad, el resultado es inundaciones, huracanes, genocidio, etc.

Manya explica: “Fuimos víctimas de abusivos que se abalanzaron sobre nosotros. Yo era sólo una niña y puedo decirte que cuando todo ocurrió me pregunté por qué tanto mal se estaba volcando sobre mí. Pasamos etapas en las que pensábamos que había algo malo con ser judíos pero no sabíamos qué era. En tiempos normales siempre había un grupo de judíos que odiaba a otro grupo de judíos sin razón aparente. Un grupo de judíos estaba siempre criticando a otro sector de la población judía. En los campos, los judíos se trataban unos a otros con mucha más tolerancia que cuando estaban en libertad”. ¿Es posible que Hitler, al igual que los estragos de la naturaleza, fuera un cúmulo de mal causado por la negatividad de la humanidad? Y de ser así, ¿qué podríamos hacer para prevenir tales atrocidades en el futuro?

A menudo los grandes rabinos y kabbalistas estaban en desacuerdo acerca de la manera en la cual adherirse al Creador y traer la redención. A finales del siglo XIII, en España, Rabeinu Yoná quemó los escritos del Rambam en una plaza en reproche de su trabajo. Años más tarde, Rabeinu Yoná presenció la quema de los libros de la Torá por los españoles en esa misma plaza.

En ese momento se dio cuenta de que ese era el efecto de sus acciones de muchos años atrás. La vergüenza por su ignorancia y el dolor que causaron sus acciones, lo llevaron a Tiberíades para que pudiera arrepentirse en la tumba del Rambam. El viaje de España a Tiberíades fue largo y en el camino escribió una obra maestra espiritual: Las puertas del arrepentimiento.

Manya explica: “Aquí tenemos un mensaje importante: no escuchas las voces de quienes perecieron. Pero puedo repetirte qué dicen esas voces: ‘… ámense unos a otros’”.

En una charla acerca de la porción de Vayigash, Rav Berg explicó que la Torá intenta enseñarnos a no caer en el síndrome de “por qué me ocurrió esto a mí”. Rav Berg dijo: “Utilizando el Holocausto como ejemplo del cual podemos aprender, fue un terrible suceso doloroso. Hitler fue el ejecutor de algunas de las peores violaciones hacia la humanidad. Nosotros sentimos y debemos sentir el dolor de otras personas cuando vemos las fotografías, y deberíamos hacer todo lo que está a nuestro alcance para evitar que surja otro como él, pero construir museos únicamente no va a evitar que la historia se repita. Muchas personas tienen una conciencia de víctima y muchos no cambian sus hábitos. Por lo tanto, en la porción, Yehuda, el hermano mayor, le dice a Yosef todas las razones por las que él [Yehuda] es una víctima… y le cuenta su triste historia personal. Pero Yehuda, nada de esto habría sucedido si no hubieras vendido a Yosef como esclavo e intentado cubrir tu acción mintiéndole a tu padre. Pero por supuesto, nuestra mentalidad de víctima no nos va a permitir admitir nuestra participación en la creación de la situación en la que nos encontramos”.

El tipo de participación a la que se refiere el Rav es aquella que viene de perder nuestra conciencia. Hay tres niveles de conciencia. Toma por ejemplo las razones por las cuales una persona escogería no robar. En el primer nivel de conciencia, no lo hace porque no quiere que lo atrapen. En el segundo nivel de conciencia, no lo hace porque desde una perspectiva moral robar es algo indebido. Y en el tercer nivel de la conciencia, la persona sabe que al cometer un crimen afectará de manera negativa el cosmos y violará las leyes espirituales del universo.

Mantener la noción de que nos afectamos unos a otros y el futuro de la humanidad es lo que los kabbalistas han estado intentando enseñarnos desde los tiempos de Avraham. El Zóhar enseña que cuando se refiere a Avraham como el primer hombre que creyó en Un Dios, realmente quiere decir que fue la persona que entendió que el mundo y todos sus habitantes en realidad son parte de un todo unificado.

En El camino de Dios, Rav Moshé Jayim Luzzatto dice: “Cuando las fuerzas del bien o del mal obtienen poder, sus cualidades afectan e influyen todas las cosas creadas. Por otro lado, cuando una de estas fuerzas es sometida, su actividad es anulada, y sus atributos y efectos se eliminan de la raíz y las ramas de toda la creación”.

Como dice Manya: “¿Podemos aprender la lección? ¿La estamos aprendiendo ahora?”.

La experiencia de Manya resalta la paradoja: en la libertad, los pensamientos de las personas eran consumidos por el odio; y cuando vivían en medio del odio, sus pensamientos eran consumidos por la libertad.


Este artículo apareció originalmente en Kabbalah Magazine, Volumen 4, primera edición, enero 1999.


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