El concepto de Pan de la Vergüenza es uno que acostumbramos usar cuando estudiamos Kabbalah. Se refiere a la idea de que nuestra alma quiere ganarse la Luz del Creador en lugar de simplemente recibirla sin ningún esfuerzo. De hecho, solemos explicar que el propósito de la creación de nuestro mundo es para que hagamos el trabajo espiritual de eliminar el Pan de la Vergüenza y finalmente ganarnos la Luz.
"Nuestra alma quiere ganarse la Luz".
Sin embargo, Rav Áshlag explica en su comentario sobre Las Diez Emanaciones Luminosas que esta es una tergiversación total del concepto. Cuando pensamos acerca del hecho que la Luz del Creador es una fuente infinita de bendiciones, eso implica que deberíamos trabajar infinitamente para poder ganárnosla. ¡Eso es imposible!
Aun si pudiéramos ganarnos de alguna manera las bendiciones infinitas, no estaríamos satisfechos. En nuestra esencia, nuestra alma está hecha de la misma esencia del Creador, lo cual significa que, al igual que el Creador, en el fondo lo único que nosotros queremos es compartir. Debido a que nuestra alma quiere compartir y no recibir, nunca estaremos verdaderamente satisfechos mientras recibamos; incluso cuando “nos ganemos” lo que recibimos. Recibir, tanto al haberlo ganado como no, es algo que nunca podrá satisfacernos verdaderamente.
Este es un cambio radical de la manera en la que la mayoría de nosotros entendemos nuestro trabajo espiritual. Tendemos a pensar que obtenemos placer al recibir, ya sean cosas materiales, respuestas emocionales como gratitud o apreciación, o incluso bendiciones espirituales. Si hemos estudiado Kabbalah, entendemos que si recibimos esas cosas sin haberlas ganado nos lleva a sentirnos indignos e incómodos. Así que pensamos que tenemos que hacer mucho trabajo espiritual y luego podremos recibir las bendiciones sin esas sensaciones negativas. Pero la revelación de Rav Áshlag es que eso tampoco nos satisfará, porque nosotros somos seres de compartir; ya sea que lo sepamos o no. Solamente podemos regocijarnos al compartir. La pregunta no es: “¿Cómo vamos a ganarnos lo que recibimos?”, sino más bien: “¿Cómo cambiamos la manera en la que recibimos?”. Entonces, lo que tenemos que hacer es crear una manera en la que cambiemos nuestro mundo por completo, en la que nuestro placer provenga de compartir y no de recibir.
Compartir con los demás no significa que damos con la intención de recibir Luz. Cuando pensamos de esta manera, continuamos enfocados en lo que obtendremos de la situación. Esto no es altruismo verdadero. El propósito de nuestro trabajo espiritual no es ganarnos la Luz a través del compartir, sino realmente transformarnos hasta alcanzar el punto en el que nuestro máximo placer provenga del mismo compartir. Que esto se convierta en lo que queremos hacer, que no solo sea lo que sabemos que debemos hacer. Cuando alcanzamos este nivel, de verdad disfrutamos más de compartir con los demás que de recibir cosas para nosotros mismos. ¡Ni siquiera queremos la Luz del Creador para nosotros mismos! Solo aceptamos la Luz del Creador porque sabemos que le da placer al Creador.
"Solamente podemos regocijar-nos al compartir".
Esto no significa que no vamos a sentir placer en la vida. En nuestro trabajo espiritual jamás llegaremos a un punto en el que no recibiremos ningún placer. El deseo de placer es nuestra verdadera esencia, una característica innata de la humanidad. Lo que sucede es que, en la medida que hacemos nuestro trabajo espiritual, nuestro ser cambia. Ya no queremos los placeres del recibir, queremos los placeres del compartir. El deseo de placer y realización está ahí para inspirarnos a iniciar ese proceso de transformación. Nunca podemos huir del deseo de placer, pero este debe conducirnos a querer transformarnos al saber que la única manera de recibir plenitud infinita es a través del compartir.
El problema es que el 99 % del tiempo, el deseo de plenitud nos conduce a las cosas que nunca nos satisfarán. Quizá creemos que necesitamos mucho dinero, una gran carrera, una familia grande, y creemos que tenemos que trabajar duro para obtener esas cosas y entonces estaremos satisfechos. En realidad no disfrutamos el arduo trabajo que se necesita para obtener esas cosas, y una vez que las tenemos, ¡aún no estamos satisfechos! Esas dos realidades conducirán a dos fracasos si lo intentamos. Si en lugar de ello nos transformamos en seres que comparten, no solo recibiremos todo lo bueno que hay en el mundo, sino que también seremos como el Creador; seremos fieles a nuestra esencia. Obtenemos unión verdadera y el máximo estado de plenitud: la paz.
Alcanzar el nivel en el que somos seres de compartir puro es el trabajo de toda una vida. Requiere todas las herramientas espirituales que tengamos a nuestra disposición, como la Torá y el Zóhar. Requiere práctica y ser pacientes con nosotros mismos, y también implica el esfuerzo consciente de querer transformarnos. Cuanto más entendamos esto, más podremos despertar esa transformación en nuestra vida.
*Adaptado del curso de Michael Berg sobre Las Diez Emanaciones Luminosas, clases 19 y 20