"Escucho el viento, escucho el viento de mi alma; el lugar a donde llegaré, pues, creo que eso solo Dios lo sabe”. – Cat Stevens
Una amiga mía llevó recientemente a su hijo de dos años a un chequeo médico. La pediatra vio los moretones que tenía en las canillas y las raspaduras en las rodillas y exclamó: “¡Esto es lo que me gusta ver!”. Muchos de sus jóvenes pacientes llegan sin ningún rasguño, explicó. “Los moretones y las raspaduras significan que ha estado corriendo, saltando y jugando como lo deben hacer los niños. Si se cae, significa que está aprendiendo a levantarse”.
Eso me hizo pensar en las raspaduras (¡y fracturas!) que mis propios hijos se han hecho a lo largo de los años. Mi familia es muy activa, así que no me extrañan las canillas moreteadas. De hecho, el otro día mi hija menor, Abigail, que tiene cuatro años, me dijo: “Mamá, ¿por qué tengo todos estos moretones en las piernas?”. Estaba preocupada porque ella no ve moretones en mis piernas. Si bien mis hijos tienen muchas oportunidades de golpearse, comencé a pensar si quizá habré estado evitando inconscientemente que se caigan en otros aspectos.
"Encontramos las lecciones más grandes en nuestros problemas."
La niñez está llena de oportunidades para “caer”. Es natural que intentemos atraparlos antes de que golpeen el suelo. Tu hija debe entregar pronto el proyecto de ciencias y ni siquiera ha comenzado. O tu hijo es candidato a presidente de la clase, teme no tener suficientes votos y quiere renunciar. O, ella tiene mucho miedo de presentarse en el recital y considera dejar las clases de piano. En cualquiera de estos casos, nuestro impulso podría ser intervenir y aliviar la carga. Pero ¿en realidad los estaríamos ayudando al final?
La Kabbalah nos enseña que encontramos las lecciones más grandes en nuestros problemas. La adversidad nos hace más resistentes. Nuestro trabajo como padres no es sacar a nuestro hijo de las dificultades, sino estar a su lado, inspirarles valor para hacer las cosas difíciles en la vida. Seamos sinceros: si les damos la salida fácil, nuestros hijos la tomarán. Y si somos muy sinceros, los adultos también lo haríamos.
“Sí, mamá, sé que fallaré y eso no me gusta. Pero de todas formas voy a intentar hacer esto que es muy difícil”.
-Ningún niño nunca
Ellos necesitan que les mostremos que no hay ningún problema con la incomodidad. En efecto, los más difícil que podríamos llegar a hacer es no actuar cuando nuestro hijo cae.
En los años 80, unos científicos realizaron un enorme experimento y crearon un ambiente de vida perfecto: un biodomo. Bajo un gran domo de cristal creció un ecosistema en un ambiente completamente controlado. El agua era purificada y el aire filtrado; una clase de utopía vegetal. El objetivo era observar las interacciones entre los humanos y la naturaleza.
Ocurrió algo raro que sorprendió a los científicos. Cuando los árboles del biodomo llegaban a cierta altura, caían. No entendían por qué esto les ocurría a árboles que parecían sanos. Al final los científicos se dieron cuenta de cuál fue el elemento importante que olvidaron incluir en el ambiente del biodomo artificial: el viento. La resistencia del viento estimula al sistema de las raíces para que se extienda en lo profundo de la tierra. Con una base fuerte y profunda, los árboles pueden crecer más alto.
“No debemos pedir una vida fácil, sino pedir la capacidad para luchar sin descanso contra los obstáculos y tener las oportunidades para hacerlo.” – Michael Berg
Hay muchas cosas que podemos aprender de la naturaleza. Al igual que los árboles, necesitamos resistencia para desarrollar fortaleza. Mi esposo, Michael Berg, dice: “Nos hemos equivocado con respecto a lo que debemos aspirar para nuestra vida. No debemos pedir una vida fácil, sino pedir la capacidad para luchar sin descanso contra los obstáculos y tener las oportunidades para hacerlo”. Nuestras experiencias con la adversidad nos dan la fuerza que necesitamos para crecer intelectual, emocional y espiritualmente. Necesitamos hacer cosas difíciles. Con el tiempo, hacer cosas difíciles forma nuestra capacidad para recuperarnos, para oscilar con el viento. ¿Y acaso no es esto lo que queremos para nuestros hijos?
En la primera clase de patinaje sobre hielo de Abigail, tuve que cubrirme literalmente los ojos para no salir corriendo (preparada para resbalarme) con mis tenis en la pista de hielo para evitar que se cayera. Para mí, verla era igual de difícil que para ella era mantenerse de pie con sus patines. Aprender una nueva habilidad requiere de paciencia y práctica. Habría sido fácil para mí meterme y salvarla. Pero eso le privaría una lección sobre la perseverancia. Mis hijos son más seguros de sí mismos y resilientes cuando permito que caigan de vez en cuando, ¡incluso si tengo que voltear la mirada al hacerlo!
Obviamente, saltaremos a salvar a nuestros hijos de una herida grave. Nuestra necesidad de proteger a nuestros hijos de todo daño siempre prevalecerá en una situación peligrosa. Sin embargo, un niño criado en una burbuja (o en un domo de cristal) no aprenderá a enfrentar la adversidad con confianza, y eso puede hacerle daño de otras maneras. De todas formas, las cosas difíciles pueden dar miedo, tu hijo no tiene que enfrentarlas solo. Acompáñalo; toma su mano cuando te necesite, pero sé consciente de los momentos en los que te debes apartar y dejar que desarrolle sus raíces. Déjale sentir el viento y aprender a balancearse. Gracias a eso será más fuerte.