Usualmente aceptamos que el trabajo es una parte importante de la vida. Pasamos 14 años o más en la escuela con la promesa de que podremos encontrar una mejor carrera entre más aprendamos. Cuando conseguimos un gran trabajo comenzamos a prepararnos para la jubilación.
Desde un punto de vista espiritual, nunca finalizamos nuestro trabajo. El trabajo espiritual y el trabajo físico están conectados, no se puede conseguir crecimiento espiritual a menos que realicemos acciones positivas. Los kabbalistas enseñan que siempre hay trabajo por hacer, es decir, que nuestro trabajo nunca termina.
Cuando las personas se sienten motivadas a alcanzar una mayor conciencia espiritual estudian, meditan y buscan estar con personas que piensen de manera de similar. Todas estas son maravillosas maneras de conectarse con el Creador y con tu más grande propósito. Soledad y meditación pueden sentar una buena base para una conexión más profunda y transformación. Sin embargo, el verdadero crecimiento espiritual sólo ocurre por medio del trabajo en el mundo físico.
Puesto de forma simple, ayudar a un anciano a cargar sus compras, darle de comer a una persona que tenga hambre o ser voluntario para ser tutor de un niño pueden despertar el crecimiento espiritual tal y como lo hacen la meditación o la oración. Michael Berg dice que “nuestras interacciones con el mundo físico y con nuestro ser físico son nuestras verdaderas oportunidades para encontrar y luego transformar el deseo de recibir sólo para nosotros mismos; en lugar de evitar este encuentro, debemos aprovecharlo por completo”.
La siguiente parábola ilustra este punto:
Había una vez un campesino que estaba trabajando en el campo lanzando heno a una carreta, y en ese momento llegó el noble adinerado dueño de la tierra. El terrateniente estaba impresionado con el duro trabajo que realizaba el joven. Disfrutaba tanto verlo que le ofreció al campesino una moneda de oro por cada día de trabajo que pasara “lanzando el heno” en su sala. El campesino sólo debía pretender trabajar, exhibir sus excelentes habilidades laborales para el entretenimiento del noble.
El campesino aceptó entretener al noble, después de todo, una moneda de oro era el doble de lo que ganaba en toda una semana de trabajo, pero después de tres días moviendo su horca en el aire, el joven le dijo al noble que le gustaría regresar a su trabajo en el campo.
Sin poder creerlo el noble le preguntó, “¿Por qué querrías realizar fuertes labores día tras día si puedes hacer más dinero moviendo tu horca sin esfuerzo en la comodidad de mi casa?”.
El campesino respondió, “prefiero trabajar, aquí realmente no estoy haciendo nada”.
Esta historia nos recuerda lo valioso que es el trabajo para nuestro sentido de identidad.
Puede parecer deseable vernos en una posición en la que el trabajo no sea necesario, en la que podamos pretender trabajar y vivir la vida. Para el noble, el pago en oro era una recompensa que valía la pena; para el campesino, el trabajo era la recompensa.
Así ocurre también en nuestro trabajo espiritual. Comprometernos con el camino de la transformación espiritual no es una alternativa a los desafíos de la realidad física. El crecimiento espiritual sólo ocurre en el mundo físico. Michael Berg dice que “hacer esto desde una perspectiva kabbalística involucra más que sólo correr a hacer ‘buenas acciones’. El verdadero compartir requiere un cambio básico en la manera en la que vemos nuestra vida y nuestras relaciones con la gente que nos rodea”.
Todo comienza con ver el valor del trabajo diariamente. Ya sea aparentemente insignificante o masivo, toda acción hace una diferencia. Toda acción es una oportunidad para que influyamos en el mundo y en la vida de quienes nos rodean. Cada acción es sólo un paso en el largo viaje hacia la transformación espiritual.