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Ser o no ser… cuidadoso

Monica Berg
Noviembre 1, 2018
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La vida está llena de riesgos. Cuando analizamos los eventos de nuestra vida, la mayoría de nosotros dirá que las cosas que nos han traído la mayor plenitud son las que incluían un elemento desconocido o de riesgo. Entonces, ¿por qué invertimos tanta energía en evitar riesgos y temer a lo desconocido?

“Probable- mente hayas escuchado el término ‘padres helicópteros’”.

Como padres, nos tomamos muy en serio la responsabilidad de cuidar a nuestros hijos. Estamos diseñados para hacerlo. Incluso antes de que nazcan, nuestras principales preocupaciones giran en torno a su seguridad y bienestar. Aun así, no podemos —a pesar de nuestro mayor esfuerzo— criarlos en un caparazón protector. Por tanto, les enseñamos a ser cuidadosos, a mirar con atención ambos lados antes de cruzar la calle, estar atentos a sujetarnos de la mano en estacionamientos. Cuando un bebé comienza a gatear y explorar su mundo, están probando los límites constantemente. ¿Cuán lejos puedo nadar? ¿Cuán alto puedo trepar? Cuando ya han llegado al límite de lo que es seguro, les avisamos gentilmente. Es una hermosa danza entre padres e hijos: se nos van de los brazos y luego vuelven a ellos para encontrar alivio una y otra vez.

Ten cuidado, les decimos, ya que no podemos esperar que entiendan verdaderamente el alcance de los peligros potenciales que existen fuera de nuestra protección.

Sin embargo, los kabbalistas enseñan que el crecimiento y la transformación espirituales solo pueden ocurrir cuando hay desafíos, cuando salimos de nuestra zona de confort y corremos riesgos sanos. ¿Cómo los guiamos en esos casos? Como padres, queremos motivar a nuestros hijos a que enfrenten la vida con un sentido de aventura, pero ¿cómo logramos esto y a la vez enfatizamos los peligros que deben evitar en el camino?

Quizá no logramos hacerlo.

Probablemente hayas escuchado el término “padres helicópteros”. Se volvió popular en los ochenta y noventa cuando los padres se comenzaron a involucrar más en las actividades de sus hijos en comparación con los padres de generaciones anteriores. Es un estilo de crianza en el cual los padres “sobrevuelan” a sus hijos. Se puede manifestar en toda clase de actividades, pero es bastante evidente en las visitas al parque donde es más probable que los niños tengan alguna raspadura menor. Recordemos que nadie conoce a un niño mejor que sus padres o guardianes, y solemos tener razón cuando creemos que una actividad está por encima de sus habilidades motrices actuales. No obstante, he notado una creciente tendencia en decirles a los chicos cuáles son sus límites sin permitir que ellos mismos los descubran por cuenta propia.

Mientras estaba en nuestro parque local con mi hija menor, observé a un padre correr hacia su hija en las barras de mono y casi gritar en pánico: “¡No eres tan grande como para bajarte sola de ahí! ¡Déjame ayudarte!”. Rápidamente fue a buscarla y la bajó al suelo. Para ser justos, habría sido una caída alta de llegar a pisar mal al bajarse. Aunque él pudo haberla observado, ofrecer una mano cuando ella lo necesitara o estar listo de brazos abiertos para atraparla en caso de que se cayera. Al sacarla de la plataforma, ella no pudo sorprenderlo a él (o a sí misma) con sus habilidades.

Este padre no estaba siendo un mal padre. Su único “delito” es amar a su hija con cada fibra de su ser. Pero me pregunto qué ocurriría si les diéramos a nuestros hijos el espacio de correr algunos riesgos (sanos) de vez en cuando. De acuerdo con Ellen Beate, profesora de puericultura en Noruega, un enfoque más relajado al enfrentar riesgos en realidad podría ayudar a resguardar más a nuestros hijos. Ella afirma que los chicos necesitan refinar su juicio en cuanto a qué son capaces de hacer y qué no; algo que no logran hacer cuando nosotros intervenimos. Beate también señala que es mucho más peligroso dejar que un adolescente ande libre en el mundo si nunca tuvo una oportunidad de conocer los límites de sus habilidades.

“Motiva a tus hijos a que conozcan sus límites por su propia cuenta”.

Tenemos la tendencia a ver a nuestros hijos como vulnerables, lo cual tiene que ver con nuestros temores de que algo malo les suceda. Lo que realmente queremos infundir en nuestros hijos es resiliencia. Queremos que crezcan y que sean el tipo de personas que enfrentan los obstáculos con ánimo y gracia, personas que se levantan de nuevo cuando son derribadas. Wendy Mogel, autora de The Blessing of a Skinned Knee (La bendición de una rodilla con raspaduras), un libro sobre criar niños independientes, dice: “La verdadera protección significa enseñarles a los niños a analizar los riesgos por cuenta propia, no protegerlos de cada peligro”. Y concuerdo con ella; esta idea coincide mucho con las enseñanzas de los kabbalistas ancestrales.

Cuando mis tres hijos mayores eran pequeños, los inscribí en clases de gimnasia. Si bien correr y saltar es divertido, el deporte incluye riesgos. De hecho, un sondeo realizado por la Comisión para la Seguridad de los Productos de Consumo​ encontró que en 100 salas de emergencia de EE. UU. entre 1990 y 2005, cada año alrededor de 27 000 niños (entre 6 y 17 años) que participaron en algún programa de gimnasia buscaron atención médica en la sala de emergencia debido a una lesión relacionada con la actividad: eso es 5 de cada 1000 niños. Estaba muy consciente de los riesgos y aún así firmé el consentimiento. Dado que soy una persona activa, me parecía importante que mis hijos comenzaran a tener conciencia de su cuerpo. Tienen que aprender a saltar, girar y a caer de forma segura, para que sientan la libertad de usar su cuerpo de la mejor manera fuera del gimnasio.

Cada vez que los veía en el trampolín yo estaba nerviosa, pero también estaba maravillada. Eran valientes sin siquiera darse cuenta de ello. ¿Sabías que una barra de equilibrio está a casi un metro y medio del suelo? ¡Un metro y medio! Prefiero correr sobre la tierra firme, gracias. Claro, estaban asumiendo riesgos físicos en un entorno acolchado, orientados por profesionales. Pero tenían la libertad de experimentar cosas nuevas y probar lo que su cuerpo podía hacer.

Este es solo un ejemplo de correr riesgos sanos. Hay muchas maneras de motivar a tus hijos a conocer sus límites por su propia cuenta. La verdad es que decirles constantemente a nuestros hijos “ten cuidado” no es tan útil como creemos. Al contrario, les enseña miedo. Y las decisiones basadas en el miedo no son sanas. El miedo inhibe a nuestros hijos y limita su potencial y propósito innatos. Les enseña que deben abstenerse de correr riesgos, de salir de sus zonas de confort o de cometer errores porque podrían ocurrir cosas malas.

Desde luego, nosotros sabemos que pueden suceder cosas malas. Pero eso no es lo primero que queremos que nuestros hijos sientan cuando se enfrentan a un desafío. Con cuatro hijos, con edades comprendidas entre 5 y 19 años, he tenido mucha experiencia observando a niños y los riesgos que asumen en cada etapa del desarrollo, seguros o no seguros. Y la conclusión a la que he llegado es esta: lo único que podemos hacer para ayudar a garantizar su seguridad quizá sea permitirles correr los riegos sanos y divertidos que tienen interés en asumir, y tal vez enseñarles a ser cuidadosos sin estar encima de ellos.


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