En Japón existe una tradición conocida como kintsugi, que consiste en reparar objetos rotos mediante el uso de pegamento mezclado con polvo de oro. ¡Los resultados son impresionantes! En lugar de tirarlos o reemplazarlos, estos objetos lucen sus “cicatrices” doradas como preciados galardones… lo que aumenta su valor gracias a esto. En una práctica similar llamada sakiori, se desgarra ropa antigua o trapos y después se hilan nuevamente para convertirlos en telas únicas y hermosas.
¿La lección? En lugar de desechar o reemplazar las cosas, nosotros también podemos aprender a ver las posibilidades que contienen.
Piensa en la naturaleza, donde de verdad nada se desperdicia. Siempre hay alguien o algo que puede aprovechar lo que otro descarta. Un agujero en un árbol, creado por un pájaro carpintero la estación anterior, podría convertirse en el hogar perfecto para un búho en esta estación. Los árboles caídos podrían albergar vida vegetal y refugio para todo tipo de criaturas… que, a su vez, crean caminos para crecimiento futuro. Hasta las piedras se erosionan y forman arena, y esa arena crea nuevas características en el paisaje. Todo es creado y recreado… a menudo desempeñando múltiples papeles en el ciclo de la vida.
Ahora aplica eso a los objetos físicos con los que interactuamos cada día. La idea de que todas las cosas no tienen solo un propósito, sino potencialmente muchos, está en la esencia de la mentalidad de “no desperdiciar”. La Kabbalah enseña que todo en nuestra vida cumple un propósito y es parte de nuestra totalidad. Aún así, podemos elegir cómo y qué incluir en esa totalidad. En otras palabras, podemos enriquecer nuestra vida mucho más al ver las posibilidades de renovación en las cosas; tal y como lo hacemos en nosotros mismos.
Desde una perspectiva material, esto significa repensar nuestra relación con las “cosas”. Desde luego, todos necesitamos adquirir cosas… y dependemos de muchas de ellas a diario. Algunas cosas cubren necesidades reales, como vestimenta, alimentación y vivienda. Otras son hermosas y son agradables para nuestros sentidos. Pero también hay cosas que no son ni necesarias ni hermosas… por ejemplo, los montones de empaques para las cosas que queremos o necesitamos. O los cachivaches que hemos acumulado en cajones o cajas por años. Entonces, ¿qué podemos hacer para reducir el desperdicio de todas. estas. cosas?
Comienza con este ejercicio: Con cualquier objeto, piensa de dónde vino, dónde está ahora (por ejemplo, cómo planeas usarlo) y dónde podría ir después para a) causar el menor daño y b) ser de mayor utilidad para alguien más.
Una vez que empezamos a considerar las cosas de esta manera, tomamos conciencia de nuestra interconexión y tomamos decisiones más conscientes —y quizá más creativas— sobre los elementos de nuestra vida. Tal vez podamos reutilizar ese papel de regalo… convertir en abono esos restos de la comida (si no los consigue primero el perro… evitar comprar artículos demasiado empaquetados… y así sucesivamente. Y crear conciencia sobre nuestra relación con las “cosas” también nos ayudará a ser más conscientes de otros tipos de residuos que podemos encontrar.
Uno de los más importantes es el tiempo. Mi suegra, la kabbalista Karen Berg, dijo una vez: “Lo único en este universo que no disminuye es la energía. En su forma pura, la energía no puede crearse ni destruirse. Todo lo que emitimos en términos de energía es lo que podemos recibir a cambio”.
En otras palabras, nada de lo que hemos hecho —en especial lo que percibimos como errores (que son, de hecho, uno de nuestros mayores dones)— ha sido un desperdicio en realidad. Como esas vetas doradas que embellecen un cuenco roto, nuestros errores y contratiempos siempre nos hacen más sabios y más fuertes. Nos ayudan a reorientar y elevar nuestra vida.
Así que, si bien no tenemos por qué arrepentirnos de nada del pasado, sí podemos elegir cómo llenar nuestros días. Y desde esa perspectiva, vale la pena prestar atención a dónde y cómo invertimos nuestra energía. En una reciente encuesta realizada en el Reino Unido a dos mil personas, ¡la media de los encuestados afirmaba malgastar el sorprendente número de dos horas al día! Eso suma doce horas a la semana y casi un mes al año de tiempo mal empleado. Según los encuestados, algunas de las mayores pérdidas de tiempo son esperar en filas o en el tráfico, revisar las redes sociales o contenidos relacionados y ver la televisión.
Por supuesto, decidir si algo te ayudará o te impedirá crecer depende siempre de ti. ¡Lo más importante es que lo pienses detenidamente! También ten en cuenta que incluso los pequeños ratos de tiempo “extra” pueden emplearse de forma productiva o creativa. La fila en la tienda puede convertirse en una oportunidad para hacer sonreír a alguien, actualizar tu agenda o ensayar mentalmente las preguntas de esa entrevista. Y el tráfico puede ser tu momento con un buen audiolibro o pódcast espiritual para seguir creciendo (¿puedo sugerirte Sed Espiritual? ¡Resulta que lo conozco bien!). Y ya que estás, ¿por qué no cambias una hora de Netflix o de videos de gatos lindos por aprender una nueva habilidad?
Sobre todo, tómate tu tiempo para OBSERVAR dónde y cómo estás invirtiendo tu tiempo. Tal y como decía el Rav: “La conciencia lo es todo”.
Dicho esto, es importante que agendemos tiempo para jugar, hacer ejercicio o meditar: todo esto nos ayuda a recargarnos, es sano e importante. Pero perder horas a sabiendas solo nos aleja de las experiencias que nos ayudarán a crecer hasta alcanzar todo nuestro potencial. Tal y como dijo Benjamín Franklin: “El tiempo perdido nunca se vuelve a encontrar”.
Así que esta semana, busquemos más formas de crear completitud a partir de los quiebres, desperdiciar menos y apreciar más, ¡y ver nuestro tiempo como el tesoro que es!
Porque si bien todo en nuestra vida tiene una razón y una estación, no hay fin a las formas en que podemos mejorar el mañana, tanto para nosotros como para el mundo.