He sentido mucho dolor durante la última semana, como sé que muchos de nosotros lo hemos sentido. También ha habido otras emociones: ira por los horribles actos de violencia y terrorismo, angustia por las vidas que terminaron demasiado pronto y miedo por lo que depara el futuro.
Lo que se ha mantenido, sin embargo, es el duelo. Duelo por aquellos que sufren un dolor inimaginable. Duelo por aquellos que han perdido hijos, padres, parejas y vecinos.
El duelo es profundo y poderoso, y puede apoderarse de ti por completo, dejándote sin aliento. Tiene la extraña capacidad de detenernos en seco, remodelando el paisaje mismo de nuestras vidas, tanto en un instante como durante largos períodos de tiempo.
Lo que también sé que es cierto sobre el duelo es que siempre existe en proporción directa con la fuerza con la que amamos. Es un testimonio del inmenso amor que tenemos por nuestras familias, nuestros amigos y nuestras comunidades. Por la humanidad.
El duelo lo despoja todo, dejándonos solo con lo esencial. Nos enseña que podemos amar incluso cuando tenemos el corazón roto, que podemos llenarnos de gratitud y que aún podemos tener esperanza y participar en la creación de un futuro mejor, a la vez que honramos y experimentamos nuestros sentimientos más profundos de pérdida.
Vivimos en una época en la que el mundo se siente inseguro y dividido: somos testigos de atrocidades inimaginables a diario. Para algunos puede ser una idea nueva que la salud de una nación realmente depende de la salud de su pueblo, pero este es un antiguo principio confirmado por estudios sociológicos y antropológicos. La raza humana ha sobrevivido, prosperado y evolucionado únicamente debido a la forma en que los humanos —incluso los antiguos— se cuidaban unos a otros. Especialmente a los necesitados.
Una vez le preguntaron a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba que era la primera evidencia de la civilización humana. Si bien muchos pensaron que citaría la evidencia de herramientas, restos de artefactos o prácticas religiosas, o incluso signos de autogobierno, su respuesta no fue nada parecido. Mead dijo que la primera evidencia de civilización fue un fémur humano con una fractura curada encontrado en un sitio arqueológico de 15 000 años de antigüedad.
¿Un hueso fracturado que sanó? ¿Qué tiene que ver eso con la civilización?
Mead prosiguió, diciendo que para que una persona primitiva sobreviviera una fractura del fémur tendría que haber sido cuidada durante un largo período para que el hueso sanara por completo. Esto significa que otros deben haber proporcionado refugio, protección, comida y bebida durante un período prolongado de tiempo para que este tipo de sanación haya sido posible. Así, Mead, una de las antropólogas más notables de la historia, declaró que el primer indicio de la civilización humana es el “cuidado a lo largo del tiempo”. Y no solo el cuidado a cualquiera, sino a alguien que está afligido y necesitado, a los más débiles entre nosotros, como lo demuestra ese fémur fracturado que sanó.
Ya no podemos pensar solo en nosotros mismos o en nuestras familias porque, simplemente, no es posible.
Somos tan fuertes como los más débiles entre nosotros. Estamos tan sanos como los más enfermos entre nosotros. Y al cuidar a los necesitados, nos fortalecemos en el proceso. Las enseñanzas de la Kabbalah comparten que no hay separación a nivel espiritual entre las personas. Todos estamos conectados de forma innata y energética. La idea de separación viene del ego. En la Kabbalah, el ego se explica como el Deseo de Recibir para Sí Mismo. Rompemos este ciclo negativo cada vez que elegimos compartir, amar, dar y ofrecer bondad de manera radical, en especial cuando es más difícil.
Cuidémonos los unos a los otros.
Ofrece cuidado aun cuando no quieras, ofrécelo cuando te resistas o incluso tengas miedo de darlo. Cuida de aquellos que juzgas como indignos, cuida a los que amas y cuida a todos cada vez que tengas la oportunidad de hacerlo. No solo nos hace bondadosos o generosos, sino que nos hace civilizados.
A medida que transitamos por este tiempo incierto, te invito a que te apoyes aún más profundamente en tu humanidad. Fíjate en cómo cada día se te dan oportunidades para cuidar de los demás y en la frecuencia con la que rechazas esa oportunidad. Preguntémonos todos cómo podemos ofrecer y compartir todavía más. ¿Cómo podemos permitir que este tiempo redefina la forma en que nos relacionamos unos con otros? ¿Qué nos puede enseñar esta experiencia? ¿Qué actitudes podemos dejar atrás y qué nuevas formas de relacionarnos podemos adoptar?
Ese es el tipo de mundo en el que quiero vivir.