En el año 1962, el presidente estadounidense John F. Kennedy pronunció su famoso discurso sobre la misión a la luna.
"¿Por qué, se preguntarán algunos, elegimos la Luna? ¿Por qué la elegimos como nuestra meta? Y tal vez también se pregunten: ¿Por qué escalar la montaña más alta? ¿Por qué, 35 años atrás, volamos sobre el Atlántico? ¿Por qué Rice juega contra Texas? Elegimos ir a la Luna y hacer las otras cosas en esta década. No porque sea fácil, sino porque es difícil. Porque esta meta servirá para organizar y probar lo mejor de nuestras energías y habilidades. Porque estamos dispuestos a aceptar este desafío. Un desafío que no estamos dispuestos a posponer, uno que pretendemos ganar, y los demás también”. –JFK
Con este discurso, el presidente Kennedy animó al público estadounidense a no ser mediocres, a buscar alcanzar metas difíciles e inspiró a una nación a aspirar a grandes cosas.
Las metas que son aparentemente imposibles podrían no ser agradables ni simples de alcanzar. Las evitamos porque le tenemos miedo al fracaso y no confiamos en nuestras habilidades, preferimos quedarnos en nuestra zona de confort, vivir una vida normal, libre de equivocaciones. Aunque, como dice Michael Berg, “Una persona justa es quien se presiona a hacer el trabajo espiritual cuando es incómodo”.
En el Libro de Samuel, el Rey Saúl se prepara para una batalla al día siguiente. Como sabe que hizo cosas negativas en el pasado, no confía en su destino y busca ayuda espiritual. El espíritu de Samuel se le aparece y le dice a Saúl que él y sus hijos morirán en la batalla del día siguiente. Esta es una información preocupante, sin embargo, Samuel le da un consuelo. Samuel le dijo que si huía de la batalla, sobreviviría, pero que si iba a la batalla sabiendo que va a morir, él y sus hijos se encontrarían con Samuel en el más allá. Al final, Saúl va a la batalla con sus hijos y todos son asesinados.
Frente al mismo dilema, ¿cuántos de nosotros habríamos elegido el camino difícil?
Los kabbalistas enseñan que nuestro trabajo espiritual es la manera en la que respondemos a los desafíos que nos encontramos. “Sin desafíos, la vida no es vida” dice Karen Berg. “Todos pasamos por desafíos. Entre más grande sea el desafío, más avanzamos espiritualmente y nuestra responsabilidad crece”.
En nuestra niñez hacemos cosas difíciles todo el tiempo. Aprendemos a caminar, hablar, leer, escribir y a amarrarnos los zapatos. Grandes hazañas para nuestro cerebro y habilidades motoras en desarrollo. Sin embargo, en la adultez, nuestro primer impulso es alejarnos de las cosas difíciles de nuestra vida y tomar el camino fácil. En nuestra juventud se nos enseña a ser cuidadosos, por eso vemos a ambos lados antes de cruzar una calle, evitamos tocar un horno caliente y nunca corremos con tijeras.
Aprendimos a cuidarnos, pero a veces eso se traduce en tomar el camino fácil en nuestras decisiones de vida. Como resultado, inconscientemente evitamos el dolor y el error en nuestra vida. Dejamos de hacer cosas difíciles, pero son esas las que traen más satisfacción a nuestra vida. Las cosas difíciles nos ayudan a crecer y ser más fuertes.
Nuestro trabajo espiritual consiste en apartarnos de la zona “segura” y realizar las cosas difíciles que se presentan en la vida. Esa es nuestra meta, porque las cosas difíciles son las que separan a quienes se destacan en la vida de quienes tienen una vida mediocre.
Así es cómo obtenemos crecimiento espiritual, cómo mejoramos nuestra vida y nuestro mundo.