“El tiempo es el alma de este mundo”. —Pitágoras
Nuestra relación con el tiempo es desconcertante. Todos hemos oído la frase: “El tiempo pasa rápido cuando te diviertes”, pero también hemos oído y sentido cómo “el día se alarga” o cómo algo “se volvió una eternidad”. Una de mis favoritas es: “Los días son largos, pero los años son cortos”, que es algo con lo que todo padre puede identificarse. (Seamos sinceros: cuando se tiene un bebé quisquilloso, incluso una hora en un restaurante puede parecer una eternidad). Sin embargo, cuando vemos a ese mismo niño con su toga y birrete en su graduación, nos preguntamos a dónde se fue el tiempo.
Entonces ¿cómo podemos aprovechar al máximo nuestro (relativamente breve) tiempo en la tierra y buscar ese aspecto eterno del tiempo que describen los kabbalistas?
El primer paso es reconocer que el tiempo puede ser un constructo humano objetivo (medida por nuestros relojes, calendarios u horarios de trenes), pero también es una faceta muy subjetiva de la conciencia. En ese sentido, es eterno. Tal y como escribió el Rav: “…ayer, hoy y mañana son uno”. Todo el tiempo está conectado; en cierto sentido, cada momento tiene el poder de todos los demás momentos que han existido o existirán.
El filósofo francés Henri Bergson expresó una idea similar en sus escritos sobre la durée, o “duración”. Usó la música como ejemplo. Cada nota de una canción está conectada con todas las demás, al igual que el presente y el futuro están impregnados del pasado. Bergson creía que al ver conscientemente la totalidad de nuestra experiencia (lo que él llamaba tiempo vivido), en lugar de centrarnos en los segmentos más pequeños, podemos comprender mejor el hilo interminable que lo conecta todo.
¡Y la única manera de entrar en esa corriente eterna del tiempo es a través del momento presente! Entramos en él cuando aportamos la plenitud de nosotros mismos a cualquier cosa. En el pensamiento oriental, esto se conoce como estado “Zen”. Cuando estamos involucrados en algo que amamos o con alguien que amamos, el tiempo parece desaparecer. También podemos acceder a este aspecto eterno del tiempo a través de la memoria. Hace poco, Michael y yo reflexionamos sobre una de nuestras imágenes favoritas: una foto de nosotros bailando en nuestra boda. Dentro del encuadre, el padre de Michael, el Rav, está de pie cerca, sonriendo. Su rostro y toda la escena irradian pura alegría. Aunque el Rav ya no está en la tierra desde hace casi una década, en teoría sigue sonriendo, riendo, aplaudiendo y bailando. Al conectarnos con esa alegría, nosotros también volvemos a ese momento, a él, la música, los festejos y a todos nuestros seres queridos que estaba allí. Trascendemos la memoria y nos reconectamos con lo que percibimos como el pasado cuando reconocemos que todo el tiempo es accesible del mismo modo que se puede entrar al océano desde cualquier orilla.
Una vez, mientras viajaba en el largo vuelo a Israel y me sentía inquieta, puse una canción que me encantaba para correr, y cerré los ojos y me imaginé corriendo. En cuanto empezó la canción, sentí que mi cuerpo cambiaba. ¡Empecé a transpirar como si estuviera corriendo! Mientras seguía sentada en el asiento del avión, me había conectado con el tiempo, tanto consciente como físicamente; y allí estaba, ¡corriendo donde el espacio para las piernas era abundante y el paisaje no incluía a la mujer que roncaba en el asiento de al lado!
Eso no quiere decir que ese constructo que llamamos “tiempo” no sea útil para crear un orden en la sociedad. Y en ese sentido, todos tenemos los mismos 1440 minutos diarios para hacer lo que queramos. Ashley Whillans, autora del libro Time Smart, ofrece una visión más mundana de los desafíos que enfrentamos en torno al tiempo. Describe la diferencia entre la riqueza de tiempo y la pobreza de tiempo, y nos anima a luchar por la primera. Sus estudios han demostrado que quienes valoran el tiempo más que el dinero o las adquisiciones tienden a ser más felices (de ahí lo de “riqueza de tiempo”). La “pobreza de tiempo” se produce cuando nuestras acciones carecen de significado real para nosotros y cuando permitimos que las distracciones se apoderen de nosotros. Hace referencia a lo que Brigid Schulte llama “confeti de tiempo”: la dispersión de la atención que resulta de ser arrastrada en demasiadas direcciones.
Todos conocemos esta rutina: ¡Dios no permita que dejemos de revisar nuestros correos electrónicos 100 veces al día! Y luego TENEMOS que devolver esa llamada, responder a ese mensaje de texto, revisar nuestras redes sociales y leer esos titulares de la CNN. Nos perdemos el momento presente y, en un sentido espiritual, todas las bendiciones duraderas que pueden provenir del mismo. Porque si nuestra mente no está presente, nosotros tampoco. Podemos pensar que estamos realizando una multitarea brillante al charlar con un amigo todo el tiempo mientras paseamos a nuestro hijo pequeño en el cochecito por el parque, pero ¿dónde está la conexión?
Hay muchos momentos en los que podemos elegir crecer, conectarnos y compartir nuestra Luz. Y esos momentos, apreciados o perdidos, se convierten rápidamente en horas, días y años. Mientras tanto, los niños crecen, nosotros también, y los seres queridos se van de este mundo…
Así que, esta semana, pregúntate:
¿Cómo estoy empleando mi tiempo? Y (lo que es más importante) ¿estoy completamente presente de maneras que tengan propósito y significado para mí y para los que me rodean? ¿Estoy aprovechando el regalo de este momento?
El Zóhar compara nuestras vidas con la llama de una lámpara de aceite. Damos por sentado que la llama está encendida. Pero en realidad, a cada instante, una nueva gota de aceite se consume y es reemplazada por una nueva gota. Del mismo modo, no importa lo que cualquiera de nosotros haya hecho, aun si fue algo terrible hace un segundo, en cada momento hay una nueva Luz. Una nueva oportunidad. Una nueva decisión. En esencia, un nuevo tú.
En la reciente película de viajes en el tiempo El proyecto Adam, el personaje de Mark Ruffalo invoca un proverbio romano cuando dice: “Disfruta; es más tarde de lo que crees”.
Porque aunque la eternidad sea para siempre, la oportunidad de dejar nuestra huella en la misma es fugaz. Por tanto, lo que decidamos ser AHORA mismo en el encuentro con este momento singular y milagroso es lo único que importará de verdad.