El esposo de mi amiga Nicole, Alex, era la personificación del trabajo duro; no solo del trabajo duro, sino la optimización personal y física. Alex, ávido escalador de montañas durante 20 años, asistió a la universidad y obtuvo un máster en dirección de empresas, escaló el Kilimanjaro, escaló el Everest y comenzó un negocio de asesoría de liderazgo que combinaba todo esto. Dado que era muy exitoso, estaba en un matrimonio amoroso con dos hijos y era la imagen de la salud física, tenía sentido que Alex equiparara sus logros con su innegable determinación y voluntad.
Hasta que hace dos años se enfrentó a una grave crisis de salud.
Quien alguna vez fue un indiscutible amante de explorar la naturaleza, ahora sus días estaban llenos de citas con el médico, una dieta limitada, un horario complejo de medicamentos y energía física suficiente para caminar por su casa por un rato antes de tener que volver a acostarse. Su dedicación a sanar era igual que su dedicación a cualquier otra cosa, solo tenía que trabajar duro y sin duda prevalecería, ¿cierto?
Desafortunadamente, no. A pesar de sus incansables esfuerzos, la salud de Alex siguió deteriorándose. Cuanto más se esforzaba, más agotado se sentía. Fue desgarrador darse cuenta de que su hercúlea capacidad de esfuerzo no iba a funcionar esta vez. El trabajo duro, como descubrió Alex, no lo resuelve todo.
Su experiencia puede hacer que uno cuestione la creencia generalizada de que el trabajo duro es una especie de solución definitiva que lo cura todo.
Hemos sido condicionados a creer que, con suficiente valor y determinación, podemos conquistar cualquier cosa. Es una narrativa poderosa, escrita para cada historia heroica, una que ha impulsado a innumerables personas a alturas extraordinarias. Pero ¿qué sucede cuando esta creencia choca con la cruda realidad de las complejidades de la vida?
Sí, el trabajo duro es la piedra angular del éxito. Es el combustible que nos impulsa hacia nuestros objetivos, la disciplina que da forma a nuestro carácter, pero hay una advertencia crucial: el trabajo duro no es una solución para todo. Algunos desafíos simplemente trascienden el esfuerzo. Una relación tensa con un miembro de la familia, una enfermedad crónica o la crisis de salud mental de un ser querido no son problemas que se puedan “demoler” con pura fuerza de voluntad. De hecho, esto es lo que hace que este enfoque no solo sea ineficaz, sino potencialmente dañino.
Este tipo de esfuerzo, conocido como “demolición”, es en definitiva un deseo de controlar cosas que, por definición, están fuera de nuestro control. Afirmar nuestra voluntad sobre cualquier cosa —una persona, un lugar, una circunstancia— proviene de la perspectiva egocéntrica de que manejamos la vida completamente solos. Que todo depende de nosotros. Esta creencia es comprensible, es reconfortante pensar que frente a un desafío todo lo que tenemos que hacer es esforzarnos y se resolverá. Cuán doloroso es, entonces, cuando nuestro trabajo duro se queda corto.
La respuesta a estos momentos se encuentra al acoger lo opuesto al trabajo duro: aprender a soltar.
Lo primero que tenemos que hacer es entregarnos. Y entregarse no significa rendirse. Significa ceder. Cuando nos entregamos, invitamos al Creador a entrar, hacemos espacio para la Luz. La entrega no significa rendirse, de hecho, es todo lo contrario. La entrega es muy activa. Implica cambiar nuestra perspectiva, emprender diferentes acciones y depositar nuestra confianza en el proceso supremo de la vida.
Si te encuentras en una situación que has estado “demoliendo”, te invito a hacer una pausa e intentar aplicar algunas de estas herramientas:
Busca apoyo: La conexión y la comunidad son absolutamente vitales cuando nos enfrentamos a un desafío. Ya sea que se trate de un terapeuta, un grupo de apoyo o un amigo de confianza, compartir tus cargas puede aportar nuevas perspectivas y alivio emocional.
Sé flexible: Reconocer que no podemos controlar todo es un paso vital hacia la sanación. Consiste en hallar la paz con lo que se presente, en lugar de luchar contra ello. Dedica un tiempo a tener claro lo que puedes controlar y deja de lado todo lo demás.
MUCHA autocompasión: El trabajo duro es loable, pero es igual de importante ser gentil con uno mismo. Permítete sentir las emociones que surgen, sin juzgar, y haz espacio para el descanso, la quietud y la alegría.
Pensar que tenemos control sobre cualquier cosa es la mayor ilusión y una que causa gran infelicidad. Todos tenemos una necesidad humana de seguridad, y esa necesidad es lo que nos impulsa a intentar controlar nuestro entorno, nuestras relaciones e incluso a otras personas en nuestra vida. Sin embargo, no tenemos control sobre todo. Esto puede ser un pensamiento aterrador, pero te animo a que lo redefinas. Si el control es imposible, ¿qué pasaría si simplemente acogiésemos lo desconocido, con la suficiente certeza en nosotros mismos y en el Creador para saber que podemos manejarlo?
Recuerda: la fuerza no siempre se mide por la intensidad de tus esfuerzos, sino por la gracia con la que transitas los desafíos. Consiste en entender cuándo cavar profundo y cuándo soltar, y encontrar la valentía para elegir el camino que conduce a la sanación y el crecimiento.