El diccionario de la Real Academia Española define “efecto dominó” como “Resultado de una acción que produce una serie de consecuencias en cadena”, también lo llamamos ley de causa y efecto y vemos como aparece en nuestra vida diaria. Lleno de frustración un maestro regaña a un estudiante, luego ese niño empuja a otro en el descanso. Un hombre le lleva flores a su esposa, ella se siente tan feliz por el gesto que siente ganas de realizar un acto de bondad, entonces hornea un pastel para un vecino que está enfermo. Para bien o para mal, podemos unir casi cualquier evento con otro anterior.
Prácticamente, todo lo que hacemos, oímos, vemos o vivimos tiene el potencial de ser un catalizador de cambios en nuestra vida diaria.
Cuando hay que tomar grandes decisiones, solemos considerar los pros, los contras y los efectos a corto y largo plazo. Pero, ¿qué tan a menudo consideramos los efectos de nuestras acciones pequeñas e insignificantes? Atravesársele a alguien en el tráfico puede alterar toda su mañana, haciéndolo más irritable y temperamental con sus compañeros de trabajo. Por otro lado, preguntarle de manera genuina a un mesero cómo está puede ser el gesto compasivo que necesitaba para atender a los clientes difíciles con una sonrisa. Aunque es probable que nunca veamos el efecto de dichas acciones. La verdad es que nuestras acciones son más poderosas de lo que creemos.
Karen Berg dice que “cada persona es un mundo, pero cada uno de nosotros tiene un círculo de influencia que incluye a nuestra familia nuclear y extensa, así como a nuestros amigos, colegas y conocidos”. Dentro de nuestro círculo de influencia, cada uno de nosotros tiene el potencial de iniciar un efecto dominó positivo o negativo. A través de nuestras acciones, nosotros decidimos cómo influir en los demás. Karen continúa diciendo que “de hecho, una persona puede influir en la vida de 20, 30, 40 y, ahora con la Internet, hasta cientos y miles de personas”. Las oportunidades para difundir Luz en un día son infinitas.
A veces, la más grande tecnología espiritual es tan simple como una sonrisa. Un par de estudios realizados en la Universidad de Upsala (Suecia) muestran que cuando vemos a alguien sonreír estamos inclinados a sonreírle también. Cuando vemos a alguien sonreír, se reduce el control que tenemos sobre nuestros músculos faciales, se hace más difícil fruncir el ceño. Reír es contagioso.
Otro estudio muestra que el adulto promedio sonríe sólo siete veces al día y que una de esas siete sonrisas es falsa o forzada. Hasta las personas más felices sólo sonríen 11 veces al día. Ese no es un gran número considerando que los niños sonríen más de 400 veces al día. ¿Qué hicimos para cambiar eso?
Piensa por un momento en tu círculo de influencia. Es mucho más grande de lo que crees. ¿Cuáles son las consecuencias de tus actos? ¿Estás provocando un efecto dominó positivo o negativo en tu círculo? ¿Qué cambios positivos puedes hacer? Las pequeñas cosas que dedicamos a cada día son las que influyen más.